abrilDestacadosInvestigaciones

Los desplazados no están sólo en Ucrania

Los desplazados no están sólo en Ucrania

Por: Rosalinda Cabrera Cruz

Duele decirlo, pero El Limoncito y Huetamo no están en Ucrania, están en México, específicamente en Michoacán. La sangre que se derrama al otro lado del mundo hiere la sensibilidad social, por lo que se han emprendido acciones concretas en todo el planeta para ayudar al lastimado pueblo ucraniano; pero la guerra es la guerra, ya sea en contra de otra nación o del crimen organizado, puesto que en ambos casos se derrama sangre inocente; sin embargo, la gente de El Limoncito y Huetamo aún no puede ver esa ansiada ayuda y ahora son pueblos abandonado, con cientos de desplazados de la otrora pintoresca localidad.

La violencia de esta guerra contra la mafia es igual de injusta que la que emprendió Rusia contra Ucrania… es, como todas, despreciable, porque azota a personas inocentes a manos de grupos criminales que operan con absoluta libertad; tristemente estos ataques en pequeñas poblaciones michoacanas no son condenadas por las autoridades correspondientes y a los periodistas que tratan de llevar los hechos a la luz pública igual los asesinan y no les llaman corresponsales de guerra.

La barbarie que viven los pueblos tampoco ha merecido el repudio o condena del pueblo bueno y sabio; el pueblo bueno y sabio prefiere debatir sobre tlayudas y aplaudir los flamantes pasillos del recién inaugurado AIFA o destacar los “grandes alcances” de la reciente convocatoria para la ratificación del mandato.

Por lo que se refiere a la invasión rusa a Ucrania, que tal parece toca los corazones de muchos  mexicanos por su crueldad (lo que es entendible) ha dejado de lado la atención en los miles de desaparecidos y muertos en el país; esto se refleja en las redes sociales donde constantemente se pide por los masacrados europeos, pero no se ven las mesas de amistad con Michoacán, Guerrero o Zacatecas, donde constantemente hay desplazados y asesinados.

Unos cuantos expulsados de sus tierras sólo son escuchados por quien ve oportunidad política, y todo lo demás simplemente se niega; es mejor hablar de Ucrania, del Tren Maya y de uno de los “mejores aeropuertos del mundo”.

Muchos michoacanos huyen de su terruño

Apenas esta semana, en la cotidiana conferencia de prensa, el gobierno estatal dio a conocer que 12 mil personas se han desplazado por violencia y pobreza en el estado durante los últimos siete años. ¿Hacia dónde van?, principalmente a la ciudad de Tijuana, donde ya se contabilizan 4 mil refugiados en albergues. Fue destacado que la migración se ha registrado en 40 de los 113 municipios de Michoacán.

También existen datos acerca de los municipios más expulsores de habitantes, entre los que destacan Apatzingán, Uruapan, Aguililla, Morelia, Múgica, Tarímbaro, Tacámbaro, Jacona, Maravatío y Lázaro Cárdenas, entre otros.

Razones también se han dado: fundamentalmente por violencia en sus comunidades o por las amenazas directas del crimen organizado, que es el verdadero azote en las localidades más aisladas, como El Limoncito.

Al menos en el discurso (se está a la espera de ver las acciones), el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla puso en marcha el Comité Interinstitucional de Michoacán para la Atención del Desplazamiento Forzado, cuyo objetivo es atender a nivel nacional a víctimas que sufren violencia, pobreza y marginación.

El mandatario explicó que el desplazamiento forzado no será nunca más un tema silencioso ni negado, porque es real, que ocurre y debe ser observado y abordado con seriedad a través de este comité, conformado por integrantes de los tres poderes del Estado, dependencias federales y ayuntamientos.

Para establecerlo, tanto el modelo como el Comité Integral de Atención al Desplazamiento Forzado, se conformaron protocolos de atención al desplazamiento forzado creados por instituciones internacionales y federales.

En lo que toca a su operatividad, se proyecta el trabajo coordinado con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), las Comisiones de Atención a Víctimas y quienes integran el comité interinstitucional para la generación de políticas públicas que lleven a tener un retorno seguro y voluntario a las personas desplazadas principalmente por la violencia que se encuentran en albergues de Tijuana.

Por otro lado, informó que se están construyendo las bases para firmar un convenio de colaboración con la gobernadora de Baja California, Marina del Pilar Ávila Olmeda, a fin de atender la crisis humanitaria que se vive en los albergues fronterizos en coordinación de las dependencias de ambos gobiernos estatales.

A su vez, Brenda Fraga Gutiérrez, titular de la secretaría del Migrante (Semigrante), indicó que el Comité se integra de 15 instituciones que atenderán a las personas que han sido desplazadas por la violencia en los últimos años y que son resultado del abandono histórico de diversas regiones del estado, principalmente en Tierra Caliente. Ahora nada más falta que esto no quede solo en la declaración

De autodefensas a exiliados del crimen

Las historias de los desplazados son desgarradoras; estas son algunas de ellas:

Sus ojos se han secado de tanto llorar; hace algunos años le mataron un hijo, otro está en la cárcel y dos más tuvieron que huir a Estados Unidos, además de que ella perdió su casa, sus tierras, su negocio… todo “por creer en los autodefensas que luego no nos quisieron reconocer”.

Así se lamenta Martha (nombre ficticio que protege su verdadera identidad), quien desde junio de 2014 vive en el poniente de Morelia esperando un juicio que quizá nunca le devuelva a su hijo preso, de apenas 27 años de edad, además de nunca más podrá abrazar más a su “Enano” (como ella solía decirle), entonces de 18 años, abatido por las armas disparadas por los tristemente célebres Templarios.

La violencia en Huetamo, su tierra natal, en 2013 era ya tan insoportable, que llevó a la población, como a muchas otras del estado en ese año, a formar su propio cuerpo de seguridad, con el objetivo de defenderse de extorsiones, chantajes, cobro de piso, violaciones, leva infantil y sobre todo del asesinato de hombres y mujeres inocentes cuyo único delito era haber progresado.

La familia de Martha se caracterizaba por trabajadora; sus hijos mayores, que ya habían formado sus propias familias, sembraban en sus parcelas “allá por San Jerónimo”, de donde obtenían principalmente frutas como melón y papaya. A los menores no les interesó tanto el campo, así que optaron por enfocarse hacia el comercio y los estudios; uno de ellos (ahora detenido y bajo juicio), es de oficio herrero, de donde estaba ahorrando para poder casarse.

El “Enano” era más locuaz, siempre buscando donde divertirse y al que le gustaban las “tocadas”. Su naturaleza inquieta le llevó a simpatizar con otros jóvenes que querían pertenecer a las recientemente formadas autodefensas; quizá su error fue ver este asunto con la idea romántica de lograr libertad para su tierra.

La triste realidad no tardó en golpearlos; primero fueron los hijos mayores, a quienes los Templarios les establecieron una cuota obligatoria que puntualmente les cobraban cada ocho días y que fueron incrementando a su gusto; pero no se conformaron con ello, luego pretendieron obligarles a sembrar drogas en sus fértiles tierras, porque estaban en el cerro y no tenían tanta supervisión de los federales.

Al herrero, a quien llamaremos Pedro, no le fue mejor; además del cobro de piso le obligaron, bajo amenaza de secuestro de sus familiares y a su integridad física, a fabricarles prensas para el manejo de la droga; cada uno de esos trebejos le costaba al empeñoso joven hasta 60 mil pesos, “pero no le quedaba de otra” asegura Martha.

Fueron meses aciagos, siempre bajo el temor de ser secuestrados, lesionados o lo que es aún peor, asesinados. Fue por ello que recibieron con gusto en febrero de 2014 la noticia de que los autodefensas, con Papá Pitufo a la cabeza, llegarían a esta región para restablecer el orden perdido, lo que luego fue su mayor desilusión.

En El Limoncito, la familia Pérez sufrió algo parecido, pero luego, bajo un supuesto amparo de las fuerzas federales, optaron por regresar al terruño; aún bajo el temor al fuego, en medio de una guerra todavía activa y despiadada, retornaron a sus hogares para rescatar lo que quedó; pero lo que encontraron fue despojo, destrucción y muerte.

Tuvieron poco tiempo para recoger los pedazos de la vida que dejaron ahí cuando salieron huyendo. Así es la guerra de cualquier tipo: mientras unos logran huir, otras familias buscan a sus desaparecidos; en otros puntos fusilan, amanecen cuerpos colgados y arden vehículos en conocidas avenidas.

Un triste regreso

Con la presencia de la Guardia Nacional y del Ejército Mexicano, los integrantes de la familia fueron acompañados a recoger colchones rotos y trapos sucios, porque eso fue lo que quedó del patrimonio que construyeron con sus manos de tierra. Los relatos de miedo están a la orden del día. Explicaron que una niñita de apenas tres años, hija de unos vecinos, murió de desnutrición cuando sus padres tuvieron que huir a la sierra para evitar la violencia y las amenazas luego del desplazamiento. Sin hogar, sin comida, sin escuela, perdieron lo poco que tenían, trabajo y techo e incluso la vida de su pequeña hija.

La noticia de esta familia pasó prácticamente desapercibida, fue una de las cien que fueron expulsadas por sus adversarios del poblado. La expulsión ocurrió a fines de octubre del año pasado, sus viviendas incendiadas con todos sus bienes dentro y muchas personas están en situación de desaparecidas. Otras fueron torturadas o asesinadas.

Las casas de las familias se convirtieron en fuertes improvisados utilizados para dispersar a los invasores con disparos. La capilla fue acribillada y despojada de sus feligreses.

“Es espantoso, nos encontramos en medio de una guerra que nunca pedimos“, dijo el padre Gilberto Vergara, sacerdote católico de Aguililla, quien se hizo famoso protegiendo a quienes buscaban huir. Citado por algunos medios de comunicación, sobre todo internacionales, indicó que es imposible saber cuántas personas murieron en la batalla por El Limoncito, ya que los hombres armados se llevaron a sus compañeros caídos de vuelta a las colinas.

“Las balas son reales, y matan“, dijo el sacerdote. “La guerra entre ellos es una guerra en todo el sentido de la palabra, y esto es un campo de batalla… “El costo va mucho más allá de las balas que ves en el suelo… “Miras a tu alrededor y ves los cultivos abandonados. La gente desapareció. Las zonas donde la gente vivía felizmente, se han convertido en regiones de miedo”.

El Limoncito, que se encuentra a tres horas y media al suroeste de Morelia, se ha convertido en un pueblo fantasma debido a la guerra territorial de dos años entre una coalición de grupos delictivos llamada Cárteles Unidos y el creciente Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG).

En el caso de Martha, ella no pudo irse a la frontera, pero se vio obligada a vender su casa a precio de risa; remató los enseres del taller de Pedro y se exilió a Morelia, a una casita rentada, primero para estar cerca de Pedro y segundo para huir también de las amenazas en su contra para que deje el caso por la paz. Sus hijos de Estados Unidos le envían algo de dinero para que siga con la defensa de su hermano menor, pero se ven imposibilitados de regresar, ya que están amenazados de muerte y porque les fue muy difícil entrar y conseguir trabajo en tierras americanas.

Para sobrevivir, Martha vende comida de Huetamo en una esquina de conocido fraccionamiento, donde la gente ya la ubica por lo sabroso de su sazón. Sigue esperanzada en que la justicia dejará en claro que su hijo no tomó parte en nada indebido; alterada acusa de sus desgracias a Papá Pitufo y con los ojos anegados, dice que tiene fotografías donde sus hijos aparecen abrazados a este personaje, cuando le dieron la bienvenida al pueblo.

“¡Mis hijos son hombres de bien!”… clama, “pero la verdad es que yo creo que los templarios y los autodefensas son uno solo”, concluyó

El corazón está roto al ver las imágenes de los desplazados por la guerra en Ucrania, familias que han tenido que dejar todo para salvar la vida. Esa nación está a poco más de 10 mil 700 kilómetros de México, pero aquí estamos viviendo una situación similar.

La diferencia es que los ucranianos están siendo desplazados y han tenido que abandonar sus hogares por la invasión rusa, y en México son los narcotraficantes y grupos criminales los que provocan la movilización de la gente y quitándoles todo lo que tienen, en algunos casos hasta la vida de sus hijos.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba