Por: Aurelio Contreras Moreno
Por mucho, lo más destacable –y lamentable- de los discursos inaugurales del sexenio de Claudia Sheinbaum, es su total sumisión a la figura del ex presidente Andrés Manuel López Obrador.
En su mensaje luego de rendir protesta como primera Presidenta constitucional de los Estados Unidos Mexicanos ante el Congreso de la Unión, lo que por sí mismo representa un hecho histórico, así como en el del Zócalo horas más tarde, Claudia Sheinbaum Pardo prefirió desvivirse en elogios por un hombre lleno de complejos, que afirmó en más de una ocasión que las mujeres feministas que salen a protestar contra la violencia son “conservadoras” y que el término “feminicidio” se inventó en este sexenio para “atacarlo”.
El que debió ser no solamente su momento y espacio histórico, sino el de las mujeres mexicanas tras largos años de lucha por acceder a los principales espacios de decisión política, quedó reducido por la propia Sheinbaum a un refrendo de lealtades y un vergonzoso ejercicio de adulación al inmenso ego de López Obrador, quien hace como que se va de la actividad pública, pero que difícilmente lo cumplirá, al menos mientras su salud se lo permita. La droga del poder absoluto es demasiado adictiva para un hombre como él.
Así que cabe preguntarse, ¿de verdad se rompió el “techo de cristal” del que hoy se habla con vehemencia? ¿Verdaderamente llegaron “todas” al poder?
Baste ver la actitud sectaria de la generación del pretendido “segundo piso de la transformación” para comprender que se trata de pura retórica. De un discurso propagandístico vacío de contenido y alejado de la realidad, en un país dividido por el maniqueísmo y la confrontación como estilo para gobernarlo.
Claudia Sheinbaum y su partido se encargaron desde el primer momento de marcar diferencias y segregar a quienes no piensan como el oficialismo. Las comisiones legislativas encomendadas para recibir al presidente saliente y a la entrante en la entrada de San Lázaro fueron “depuradas” de opositores, claro mensaje sobre el nivel de diálogo que piensan tener con quienes minimizan llamando “minoría”, olvidando que no hace mucho la izquierda partidista era mucho más reducida todavía, se quejaba de enfrentar “cercos informativos” y aun así, alcanzó espacios para hacerse escuchar que les abrieron, por cierto, muchos de los medios y comunicadores que hoy denuestan, censuran e incluso persiguen.
Acorde con las soflamas nacionalistas populistas que caracterizan la doctrina del morenato, heredero directo del nacionalismo revolucionario priista, el discurso de Claudia Sheinbaum puso especial énfasis en los pueblos indígenas, en una suerte de folklorismo efectista pero hueco si no se traduce, como no lo ha hecho, en una verdadera dignificación de sus condiciones de vida. Se les usa apenas como un pretexto para reyertas diplomáticas absurdas, como escenografía para los mítines del régimen o como carne de cañón electoral. Pero la realidad es que siguen viviendo en la misma marginación de siempre y sus mujeres, además, en medio de la cotidiana violencia de sus usos y costumbres, donde se intercambian niñas por vacas.
Pero a quienes ni por asomo o error se refirió Claudia Sheinbaum en sus mensajes de arranque de gobierno fue a las miles de víctimas de la violencia que ensangrienta a México; a las once mujeres que son asesinadas diariamente en el país de los feminicidios; a las madres de los más de cien mil desaparecidos que fueron o ignoradas o vilipendiadas por el hombre al que exaltó hasta la saciedad el mismo día de su toma del poder.
Para todas ellas, al ignorarlas nuevamente, el mensaje fue “todo va a seguir igual”. No cambiará nada. Incluida la omisión y la indiferencia, que pueden llegar a lastimar tanto como la violencia misma.
No, no llegan todas.
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