Por: Rosalinda Cabrera Cruz
“La Catrina”, obra de José Guadalupe Posadas, representa en forma de calavera a las catrinas, que fueron mujeres de sociedad en la época revolucionaria en México (1900-1910) y que gozaban de pasear a la sombra de los árboles y de las indispensables sombrillas, por la Alameda Central de la capital mexicana.
La catrina es la clásica representación de la muerte en México, con su sombrero elegante a la usanza de aquellas épocas y con un toque de huesuda que la hace inconfundible e indispensable para las festividades de Día de Muertos, un día cuya celebración cada vez se ve más cargada de problemas.
Las calaveras que engloban la poesía popular y el grabado son iniciadas por Manuel Manilla y continuadas por el gran José Guadalupe Posada. Si Posada no fue el creador de esta forma de expresión, sí fue el que popularizó dicho tema. Posada lo trata con singular maestría y con gracia sin igual nos introduce en un mundo fantástico en el que sus personajes representan la comedia humana.
Posada hace una sátira del mundo político y cultural, de personajes distinguidos. Por medio de dichos grabados, se describe la actuación de éstos, con una crítica mordaz, que se complementa con versos “calaveras” no exentos de humor negro que es un reflejo de lo que sucede en la realidad. Las calaveras, tal y como las inician Manilla y Posada, llegan a nosotros con las variantes lógicas de nuestro desarrollo.
La creación de personajes en la obra de Posada se multiplica, pero de los más populares es sin lugar a duda la Calavera Catrina, representación festiva del momento en que culmina una etapa del hombre para continuar su carrera cósmica. De la famosa Calavera Catrina se han realizado múltiples obras, empezando por Diego Rivera, quien la recreó en su bello mural Un domingo en La Alameda.
En la actualidad podemos apreciar “muertes catrinas” en diferentes materiales, como son papel maché, papel de china picado, barro, madera, etc. Son pequeñas grandes obras, algunas efímeras, que se utilizan para decorar las ofrendas.
Hoy en día, la influencia de Posada es una presencia tangible en las diversas expresiones artísticas de nuestro pueblo que, como dice Carlos Pellicer, tiene dos obsesiones: la muerte y las flores. Esta metáfora, desde la época prehispánica, simboliza la belleza de la vida y lo efímero de la misma.
La poesía y las canciones populares hablan de los significados mexicanos de la muerte, pero la artesanía es quizá donde el tema muestra más nuestro carácter. Se ve la muerte como vocación persistente del hombre: “polvo eres y en polvo te convertirás”. Pero antes: el polvo, la tierra, el lodo, el barro. La muerte de barro, barro natural, barro quemado, barro policromado es tema recurrente, nostalgia por nuestra amiga: comadre, calaca, huesuda, miquztli, death, mort, etc.
Los artistas anónimos, nuestros artesanos, dan vida al barro, al papel, a la madera, al metal, a la piedra, al dulce; convierten cualquier material en bellas obras, objetos efímeros algunos.
El ingenio de nuestros artesanos se ha ido enriqueciendo a través del tiempo. Así como algunas piezas siguen cierta tradición, también van surgiendo nuevos moldes para modelar las diferentes formas que representan a la muerte, como es el caso de Capula, donde apenas hace unos treinta años surgió una artesanía fantástica.
Pero no todo es la romántica Catrina
Dejando de lado a las hermosas catrinas, la realidad es que morir es un momento al cual todos vamos a llegar, pero evitamos mencionar; mucho se dice que trasponer el umbral entre la vida y la muerte es el todo y la nada; empero, esa línea intangible, tan lejana y mediata, tan real y etérea, regularmente no se tiene prevista. Tal parece que es parte de nuestra cultura que los problemas que derivan de fallecer se deban quedar a las familias, como si esto fuera parte de una herencia no oficializada ante notario.
Mucho tiene que ver el miedo a la muerte, pensar que eso es algo muy lejano o que no nos va a ocurrir, o quizá sea que es algo tan caro e inevitable que preferimos no pensar en ello y dejamos que otros se ocupen de ello, al fin y al cabo, “el muerto al pozo y el vivo al gozo” o en este caso, a sufrir los altos precios que tiene morir. Así es, cuando nos toca el turno de emprender el viaje sin retorno, no estamos preparados ni para “bien morir”, ni para ser sepultados dignamente.
Pero veamos con detenimiento el momento de cumplir con esa cita inaplazable, porque para eso hay muchos caminos. Algunos privilegiados llegarán a su lugar de reposo definitivo en limosina de súper lujo, otros en la modesta carroza de la funeraria del barrio y muchos otros más, en la temida y nunca deseada “muertera”, que es la camioneta fúnebre del Servicio Médico Forense.
Si el difunto es de la alta sociedad o con posibilidades económicas, el costo del sepelio, dependiendo del féretro, podría elevarse considerablemente, pues mientras que en las funerarias de alcurnia el sepelio más económico es de 34 mil pesos si la caja es metálica, podría llegar hasta 360 mil si el ataúd es de caoba; por el contrario, para las personas de bolsillo más castigado, en una funeraria sencilla los precios van desde 10 mil 500 hasta 15 mil pesos si la caja es de pino.
Pero hay que considerar que estos precios son para quienes tuvieron la buena fortuna de fallecer en casa, asistidos por el médico de la familia y con la seguridad de obtener el consabido certificado de defunción o bien en un hospital, cuyo personal médico también dé fe de las causas de la muerte.
Dios no lo quiera, pero si la muerte llegó al salir a la calle y ocurrió en forma violenta (algo ya cotidiano en Michoacán), ya sea por asalto, atropellamiento u otras causas, entonces la situación cambia diametralmente. Su cuerpo, en calidad de desconocido, será llevado inicialmente al anfiteatro del Servicio Médico Forense y ahí permanecerá 24 horas en espera de ser reconocido.
Enseguida, el Ministerio Público se comunicará con su “muertero” favorito, esto es el que mayor comisión le dé y le informará que ya tienen un “cliente”. El funcionario y el funerario estarán pendientes cuando sea identificado el difunto, para enseguida ofrecerle los servicios. Si los deudos aceptan sin chistar, los trámites serán rápidos y, mediante una buena cantidad, hasta con suerte podrían evitar la autopsia.
Por el contrario, si los familiares no están de acuerdo, las cosas se complicarán y los precios comenzarán a elevarse. La averiguación previa queda continuada, no hay médico legista, faltan testigos, los documentos de identificación son insuficientes, etcétera, de tal suerte que hasta que los deudos estén “convencidos” de las bondades del “muertero” y de su compinche, el MP en turno, entonces todo se arreglará.
Tras el trago amargo de aceptar la muerte del ser querido, ya sea en santa paz o con autoridades ministeriales de por medio, ahora vienen los gastos en serio. En el velatorio los estarán esperando, como aves de presa, curas “piratas”, eso sí, con sotana, rosario, misal y demás aperos sacerdotales, para ofrecer sus servicios por el eterno descanso del difunto. En la misma funeraria habrá imágenes religiosas y, en algunas, hasta réplicas de “El Santísimo”, reliquia que representa lo más sagrado dentro de la religión católica.
En el velorio, si es un muerto que se respete, deberá haber café, con “piquete” de preferencia y unos panecillos. En principio la afluencia será copiosa y todos tendrán cara triste y larga, de acuerdo con las circunstancias, pero conforme haga su efecto el “cafecito”, comenzarán las anécdotas, luego los chismes obligados y después los chistes de color subido, hasta que aquello se convierta de velorio en jolgorio y por supuesto todo esto cuesta.
Luego de 24 horas de sufrimiento, dado que la ley en la materia en Michoacán establece que no se puede disponer de los restos mortales de una persona antes de 24 horas de ocurrida la muerte, llegó el momento de ir al panteón, lugar en donde estarán esperando a los deudos, además de los enterradores, unos verdaderos psicólogos, venidos a músicos.
Estos, informados oportunamente, sabrán quien es el difunto. Si es un bebé, un niño o una niña, los norteños o mariachis, sin que nadie los llame, llegarán en los momentos cumbre del sepelio, entonando la canción “Osito de Felpa”.
Si fue la mamá o la abuela: “Amor eterno” del difunto Juan Gabriel y si acaso el jefe de familia denota aficiones etílicas, entonces “Por el amor a mi madre”: si se trata de algún hermano, quizá “Te vas ángel mío” o si fue un amigo, la canción obligada es “Cuando un amigo se va”; el caso es dar justo en el punto sentimental del doliente para que los deudos, ya entrados en gastos, se suelten pidiendo las canciones que le gustaban al muertito, en cuyo caso la fosa podría terminar en improvisada cantina.
Concluido el entierro, en cuya tumba no cabrán las flores y coronas, las más de las veces producto del remordimiento, se pasará a los preparativos para los gastos que siguen, como la novena y sus rosarios y, desde luego, la “levantada de Cruz”, no hacerlo podría complicar la llegada del difunto ante la presencia divina.
Ahora que, si el difunto dispuso que se le incinerara, los gastos se reducen considerablemente, hasta en un 50 por ciento, pues si se llega a un acuerdo con la funeraria, hasta es posible conseguir la caja alquilada, aunque lo prohíba la Ley de Sanidad.
Un servicio de las funerarias más lujosas del país, con sala de velación, servicio de café, asesoría en trámites, traslados, embalsamado, maquillaje, ataúd, servicio de internet en el centro de negocios, estacionamiento con valet parking, coros profesionales, florería y publicación de esquelas en medios nacionales e inhumación en cementerios de primera clase, cuesta no menos de 300 mil pesos.
Para los más previsores, existe también la alternativa de comprar un servicio funerario por anticipado, lo que brinda un importante beneficio económico porque evita que los familiares realicen un desembolso fuerte e inesperado, a diferencia de adquirirlo con anticipación en pagos programados y diferidos, junto con que la totalidad de lo contratado es deducible de impuestos.
Ya no hay lugar para perpetuidades
Pero si todo lo anterior no fuera suficiente, en el municipio de Morelia, según cifras del INEGI, se presentan en promedio 15 defunciones al día, lo que significa una demanda enorme de perpetuidades (que ya escasean) al mes y al año.
Cabe destacar que los espacios disponibles en los tres panteones ubicados en Morelia (excluyendo el panteón municipal), asciende a apenas unos cuantos lotes a perpetuidad; por lo tanto, la disponibilidad de dichos lotes sólo podrá cubrir las necesidades de los próximos 2.5 años.
Asimismo, es de considerarse que más del 50 por ciento de las defunciones anuales demandan un espacio a precios accesibles a los sectores más desprotegidos,
teniendo en cuenta que el 41 por ciento de la población ocupada del municipio, percibe de cero a dos salarios mínimos mensuales.
Conforme a información vertida por el ayuntamiento moreliano, con las circunstancias de índole demográfica, económica y financiera, y bajo el marco jurídico vigente, el gobierno municipal ha buscado alternativas de solución, con el objetivo de resolver la urgente necesidad de ofertar espacios para la población de escasos recursos, misma que se encuentra impedida de solventar las tarifas que los cementerios particulares establecen, que van desde 25 mil a 250 mil pesos.
Anteriormente, el municipio presentó como alternativas económicas la adquisición de gavetas y lotes en el panteón Jardines de la Asunción, que en su momento vendió la perpetuidad entre 5 mil y 6 mil 500 pesos, pagaderos a 36 mensualidades.
No obstante, la alternativa para las personas de escasos recursos sigue siendo una prioridad y por ello se construyeron mil gavetas más en el panteón Vergel Renacimiento, todas ocupadas ya.
Hoy, hasta las flores parecen muertas
En vísperas de tan simbólica fecha, en un recorrido por puestos expendedores de flores en las inmediaciones de los panteones morelianos, fueron entrevistados algunos vendedores, quienes ya atribuyen a la crisis económica las bajas ventas que tendrán este año, pero aun así confían en que los dolientes se las ingeniarán para decorar las tumbas según marca la tradición.
Muchos de los vendedores que ya se empiezan a instalar en los alrededores de los camposantos, provenientes de los estados vecinos de Morelos y México, explicaron que cada año les es autorizada su estancia en estos sitios, pero que, en esta ocasión, en parte por la crisis y en gran medida por condiciones climatológicas adversas, es que seguramente verán disminuidas sus ventas.
Algunos de los precios que ya se están ofertando van desde 20 pesos la bolsa de flores, hasta 50 pesos el manojo, y aunque estos costos no son elevados, las familias buscan lo más barato y abundante, prevaleciendo sobre todo la compra de flor de cempasúchil y los conocidos pompones rojos de muertos, así como la tradicional y simpática nube.
Como se puede ver, la muerte en estos tiempos tiene todo, menos el romanticismo de las bellas catrinas que por cierto ahora están de fiesta en la bella población de Capula.