Por: Rosalinda Cabrera Cruz
Las costumbres y tradiciones son los elementos que conforman la cultura de un pueblo; la celebración de la muerte u honrar a los muertos es un elemento plenamente característico de los mexicanos, así que no es de extrañar que se tenga un día específico para esta festividad. El 2 de noviembre es la fecha que está marcada en el calendario para ello.
La consagración a los muertos queridos durante el Día de Difuntos es una tradición que nos han heredado los antiguos pobladores del país, y es eminentemente mexicana. No se puede menos que calificarla como extraña y muy característica, porque persiste la idea muy arraigada entre una gran mayoría de mexicanos de que en el más allá se da licencia a los difuntos para visitar a los parientes que se han quedado en la tierra; son huéspedes ilustres, a quien se ha de festejar y agasajar en la forma más atenta.
La muerte entre los mexicas
Hace siglos, entre los antiguos mexicas, al fallecer una persona le daban sepultura de una forma especial, pues le doblaban las piernas en actitud sedente, afirmaban brazos y piernas atándolos firmemente en un lienzo acabado de tejer y posteriormente colocaban en su boca una bella pieza de algún material valioso (jade, obsidiana, concha u otro elemento finamente trabajado), porque éste sería entregado a los dioses en su camino al Mictlán, la residencia de los muertos.
La disposición del cadáver, en Tenochtitlan, se efectuaba en una gran plaza alejada de propósito, preparaban una pira funeraria y situaban encima el cadáver rodeado de las cosas que poseyera en vida: si era un hombre, no le faltaban su escudo y armas principales; las mujeres eran honradas con sus utensilios domésticos más valiosos y los niños con juguetes. Las mujeres de la familia se encargaban de la comida, cuya base eran tortillas, frijoles y bebidas.
Como la partida hacia el inframundo era algo muy respetado, correspondía a un sacerdote comprobar que al difunto no le faltara nada y al fin prendían fuego; mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones fúnebres; finalmente, las cenizas eran puestas en una urna junto con la moneda de cambio hacia el más allá.
Todo este ceremonial se debía a que los mexicas creían en la reencarnación y la muerte no era más que una forma nueva de vida, que podía surgir en alguno de los 13 cielos o 9 infiernos en los que creían. La definición se daba de acuerdo a la ocupación que el difunto hubiera tenido en vida; de esa manera, los no clasificados o que morían de muerte natural iban a Mictlán y sus almas erraban por altas montañas, sufriendo frío y calor hasta alcanzar la mansión del señor de la muerte.
El Mictlán estaba gobernado por dos dioses de la muerte: Mictlantecuhtli, el señor y Mictecacihuatl, la señora, a quienes se debía entregar la pieza valiosa que el muerto llevaba para el viaje, como prenda de buena conducta; al término del viaje, los difuntos quedaban situados en el noveno infierno.
Los primeros altares
Antes de la llegada de los españoles, se conocía el altar de muertos con el nombre de tzompamtli, y ahícelebraban el día de difuntos a la diosa Coatlicue (la madre de los dioses), la que todo lo hace y lo deshace.
Para ornamentar el altar, colocaban una estructura en forma de pirámide, cubierta de papel amate teñido de diferentes colores; en la primera parte de este, colocaban una imagen de ella y en el segundo nivel; comida, flores, y velas acompañadas con un incensario lleno de copal. Para el tercer nivel, el adorno era de velas y flores en el piso, con un camino de follaje de pinos o encinos, el cual se adornaba con flores y más luces.
Al arribar los españoles a estas tierras, también llega el cristianismo. Las enseñanzas de los frailes que les acompañaban eran que el individuo es un ser integrado de cuerpo y alma, por lo que los altares u ofrendas ahora se llenan con otros elementos aceptados por la nueva religión como eran santos, imágenes de Cristo, cruces y algunos alimentos que no existían en América. Es en este momento cuando nace el altar que es una combinación de la cultura mexicana con la europea.
Actualmente, los tres niveles del altar representan a las tres divinas personas (Padre, Hijo, y Espíritu santo); la fotografía o nombre que preside el altar es del difunto venerado, las velas significan los siete pecados capitales y las veladoras son para guiar al difunto a su destino. La flor de cempasúchil es la tradicional flor de muertos, su color es amarillo y denota la fuerza de la luz del sol. Las naranjas o las frutas con banderas significan la libertad que la muerte da y en el último nivel es colocado un aguamanil con agua, un pedazo de jabón y toalla, los cuales servirán para que el difunto se lave las manos antes de comer, así como un espejo para que se refleje.
Los ornamentos actuales también incluyen platillos y objetos personales que fueron los favoritos del difunto, los cuales se cree que llevará a su viaje; todo deber ser dedicado a él, en un momento de nada, por lo que se coloca una cruz de ceniza en el último nivel.
El color morado se usa en señal de duelo; el camino de follaje es para que el alma del difunto pase por ahí; las velas para que iluminen el lugar; y el copal para alejar a los malos espíritus.
El primero de noviembre se llama día de los angelitos, la creencia es que ese día (día de todos los santos), regresan a las casas donde vivieron las almas de los niños muertos y al día siguiente regresan las almas de los adultos; el tres de noviembre, los familiares se comen toda la comida y cantan el alabado, para proceder a quitar el altar.
Día de muertos en Michoacán
En Michoacán son muchas las celebraciones del Día de Muertos, pero la más famosa o al menos la más conocida, es la que se efectúa en la isla de Janitzio, en medio del lago de Pátzcuaro.
La festividad inicia a las 6 de la tarde del 1 de noviembre, al oírse el toque de muertos, los que prosiguen con el toque de campana a intervalos de medio minuto hasta la madrugada.
Poco antes de la media noche las familias de la isla salen de sus casas rumbo al cementerio de la cercana ciudad de Pátzcuaro o bien desde esta población hacia la isla, a la luz de miles de velas que se antojan como el relato de un cuento. Los hombres van embozados en sus sarapes, la mujeres ataviadas con sus mejores ropas y joyas más vistosas.
Para iluminar el camino, cada grupo enciende velas, la isla adquiere un aspecto fantástico, como millares de lucecitas, masas de sombras caminantes y el lento e interminable doblar de las campanas.
Los grupos se dirigen a las tumbas de sus familiares, las adornan con guirnaldas de flores, colocan ahí las bateas (charolas de madera) y los platones cargados de comida y frutas para iluminarlas después con todas las velas que les sean posibles.
A la media noche, las mujeres se arrodillan ante las tumbas, los hombres entonan fúnebres alabanzas a los muertos, de cuando en cuando las mujeres desfloran flores de cempasúchil llevadas especialmente para ese objeto y riegan los pétalos sobre las tumbas. Así transcurren las horas hasta el amanecer.
Junto al cementerio, en el atrio de la parroquia se celebra una ceremonia, en ese lugar se reúnen las familias que no tienen muertos o cuyos deudos tienen más de tres años de enterrados. No llevan ramos ni flores, solamente velas y sus bateas con ofrendas, así permanecen mudos a lo largo de toda la noche.
Esta costumbre tiene su concepción desde la época prehispánica, según la cual el muerto tenía que hacer un largo viaje que duraría tres años para llegar a Mictlán, lugar donde se establecería para siempre, por ese motivo consideran que al llegar el difunto al final de su viaje, ya no necesita que lo velen en el camposanto y solamente rezan por ellos en la iglesia.