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De espaldas sangrantes a cohetes en las entrañas

Llegó otra Semana Mayor y Michoacán es uno de los estados más emblemáticos en cuanto a rememoraciones religiosas se refiere

Por: Rosalinda Cabrera Cruz

Llegó otra Semana Mayor y Michoacán es uno de los estados más emblemáticos en cuanto a rememoraciones religiosas se refiere; en todas las regiones de la entidad, por lejanas u olvidadas de Dios se encuentren, sus pobladores, católicos en su mayoría, buscan recordar a su manera el sufrimiento por el que pasó Jesucristo hace casi 2 mil años.

Aún en estos tiempos en que el Papa Francisco ha condenado las penitencias que flagelen el cuerpo, se pueden ver espaldas sangrantes, pies lacerados o humillaciones que limpien el alma de todo pecado cometido a lo largo de todo el año.

Algunas de esas manifestaciones de dolor auto infringido se han convertido en toda una atracción turística, como en Tzintzuntzan, en donde en medio de rezos y degustación de platillos típicos, los visitantes observan a los devotos expiar sus pecados usando látigos, grilletes o forzando sus cuerpos hasta el límite para mostrarle a Dios su arrepentimiento de las cosas malas que han cometido.

De igual forma en Morelia, con la Procesión del Silencio que se efectúa el Viernes Santo, miles de turistas visitan la capital michoacana para ser testigos del desfile de Cofradías que, en su mayoría con las caras cubiertas, efectúan sobre la avenida Madero para mostrar su arrepentimiento por las infracciones espirituales en las que cayeron.

O bien, en un verdadero Vía Crucis, se puede observar todavía el último esténtor de los otrora tradicionales Judas que eran quemados el Sábado Santo, una vez que se abría la Gloria y cuya prohibición para su venta por tener la barriga repleta de cohetes y pólvora, los está llevando a su extinción.

Espaldas sangrantes… pies descalzos

La región lacustre de Pátzcuaro es un lugar mágico, lleno de tradiciones donde se conjunta el pensamiento indígena con aquel que fue traído hace casi 5 siglos por los conquistadores españoles.

Durante Semana Santa tienen lugar muchas celebraciones en México, pero de entre todas ellas, una de las que más destaca es la que se efectúa en Tzintzuntzan, donde instrumentos que se dicen originales de la época de la conquista, traídos por los españoles para esclavizar, son actualmente objetos rigurosamente custodiados que se usan para validar una práctica de expiación y manifestación de la fe a través del sacrificio corporal.

La mañana del Viernes Santo en Tzintzuntzan se dejan ver los personajes de Barrabás y Judas, que hacen travesuras a los visitantes, así como los soldados romanos que salen a caballo en busca de Jesús.

Al mismo tiempo los “penitentes” empiezan a pagar sus promesas al venerado Señor del Santo Entierro, le solicitan favores o expían sus culpas en el atrio de los Olivos.

Los fieles varones de Tzintzuntzan y comunidades aledañas al lago de Pátzcuaro, realizan inusuales prácticas que varían a lo largo del día. Por la mañana hay quienes cargan cruces o recorren el atrio de los Olivos pidiendo limosna mientras castigan sus tobillos con el peso de grilletes y la cara interna de sus piernas con un lazo que llevan entre las manos con el otro extremo atado a los grilletes.

Otro castigo, el más severo, tiene lugar por la noche, cuando los penitentes recorren el pueblo mientras se infringen diversos castigos físicos.

Los “penitentes”, como se les conoce, acuden al templo cubriendo su desnudez tan solo con cendal y ocultando el rostro con una capucha, para preservar su identidad y dar garantía de humildad en sus actos de arrepentimiento devoción y sacrificio. Cubrir el rostro significa en este rito una prueba de modestia, pues un devoto no presume sus sacrificios.

Como parte de la tradición, cuando dos penitentes se encuentran de frente en el camino, deben detenerse y saludarse mediante la inclinación de sus cabezas.

Los grilletes centenarios

En esta ancestral muestra de fe sobresale el uso de grilletes en los tobillos, instrumentos tan estrechos que en la mayoría de los casos no permiten apoyar toda la planta del pie en el piso, obligando a quien los usa a andar de puntas. Además, algunos penitentes amarran lazos desde sus muñecas hasta la barra de hierro que une los grilletes, pasándolo por sus partes nobles.

Se dice que los nueve grilletes que tiene en poder la comunidad bajo el resguardo del Consejo de Ancianos pertenecieron a los antiguos conquistadores ibéricos, quienes los utilizaron para traer y controlar esclavos en la Nueva España.

Como las mandas sólo se valen si se practican con los instrumentos originales, los últimos participantes deben esperar a que alguno de los primeros concluya su ruta de penitencia para tomar de él las herramientas de tortura. Por la mañana y tarde, además de usar grilletes, la mayor parte de los penitentes pide limosna de rodillas en el atrio del templo habiendo prometido llegar a un determinado monto para entregar a la iglesia.

Por la noche el ritual es andar una ruta más larga, que va del templo a la salida del pueblo. Algunos de los grilletes pesan hasta once kilos y los penitentes no podrían cumplir su práctica sin el apoyo de los “cirineos”, quienes por su parte realizan la promesa de ayudar a los encapuchados.

Cruces y disciplinas

Otros encapuchados optan por otro castigo corporal: correr cargando pesadas cruces, pero a esta manda se añade el uso de “disciplinas” (especie de fuete con varias colas y clavos entrelazados en las puntas) para castigar sus espaldas al detenerse en varios sitios predeterminados en el trayecto.

Mientras que durante el día realizan penitencia un promedio de 20 o 30 hombres, por la noche el número ha llegado alguna vez hasta 300 y es común que el sonido de las cruces golpeteando el suelo o el sonajeo metálico de los grilletes se hagan oír hasta la mañana del Sábado de Gloria.

Durante la jornada matutina del Viernes Santo también se realizan en Tzintzuntzan las representaciones de “la Judea” con el Prendimiento de Cristo y los tribunales de Herodes y Pilato, mismos que concluyen con la condena del Hijo de Dios, para dar inicio al Vía Crucis que recorre las 14 estaciones alrededor del gran atrio parroquial, en el que también intervienen las imágenes de los personajes bíblicos.

El acto concluye con la Crucifixión y Muerte de Cristo y el Sermón de las Siete Palabras en el Templo de la Soledad.

Cabe destacar que en la crucifixión se utiliza un Cristo de pasta de caña con goznes del siglo XVI (es la imagen más venerada del pueblo, llamada “El Señor del Santo Entierro”), así como imágenes de Dimas y Gestas, los dos ladrones, siendo el único lugar que conserva las figuras del Calvario de pasta de caña, como solía haber en las parroquias de la región en los inicios de la evangelización.

En la ceremonia de crucifixión sobresale la emotividad de los cantos que realizan los feligreses y la profunda veneración hacia las imágenes, de tal forma que se tienen preparados diversos lienzos para no tocar ni la cruz, ni el Cristo ni la corona con las manos desnudas.

Al atardecer se lleva a cabo la Procesión del Santo Entierro, al que acompañan numerosas imágenes de personajes bíblicos y de Cristo, haciendo un recorrido por las principales calles de la población. Ya en la noche inicia la velación, con rezos y cantos, mientras que todos los fieles acuden con velas encendidas.

En Pátzcuaro, además de “la judea”, por la noche se realiza la Procesión de Imágenes de Cristo, antiquísima tradición en la que participan numerosas comunidades de la ribera e islas del Lago. Hombres y mujeres llevan los Cristos de diferentes tamaños mientras entonan saetas, antiguos cantos que forman parte de esta tradición.

Los Cristos son de pasta de caña, técnica realizada por manos indígenas desde antes de la conquista española para la elaboración de sus dioses y luego de la conquista, para la de vírgenes y santos.

Una procesión silenciosa

La Semana Santa en Morelia, la capital del estado, es el marco para una impresionante procesión, en la que toman parte cientos de penitentes en busca del perdón a sus pecados. Esta es una de las manifestaciones religiosas más impactantes no sólo en Michoacán, sino en todo el país, por la solemnidad con que es llevada a cabo.

Esta procesión, cuyos participantes guardan celosamente sus identidades, cubre un trayecto aproximado de 3 kilómetros.

Comienza alrededor de las 20:00 horas, partiendo de la Plaza Villalongín, para seguir luego sobre la avenida Madero (antigua Calle Real); pasa frente a la Catedral Moreliana y da vuelta a un costado de la Plaza de Armas para avanzar por detrás de la Catedral y llegar a la Plaza Valladolid, en donde tiene lugar la ceremonia de “Pésame” a la Virgen de la Soledad, aproximadamente a las 21:30 horas.

La marcha continúa sobre la calle de Humboldt para dar vuelta en Vicente Santa María, luego en Padre Lloreda y en Velásquez de León, para llegar finalmente al templo de Las Capuchinas.

En Morelia destaca esta procesión que dura alrededor de tres horas, donde los feligreses participantes, junto con los miembros de las diversas cofradías devotas, acuden encapuchados para acompañar a la Virgen de la Soledad portando velas encendidas, mientras un grupo de personas llevan tambores que hacen sonar acompasadamente durante todo el trayecto.

A lo largo del recorrido hay 11 balcones (seleccionados como los más bellos de la ciudad) en donde la multitudinaria procesión se detiene momentáneamente para la pronunciación de Saetas.

Los tristes Judas

Contra viento y marea y aun cuando nada más se les permitieron dos puestos en Morelia este año, los Judas todavía mueven una pata. “No es posible que siendo esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, sus autoridades son las primeras en oponerse a tan centenaria tradición”, afirman los coheteros y artesanos elaboradores de este tan peculiar personaje.

Procedentes de Acámbaro, Guanajuato, la familia Barajas Pozos enfrenta la cerrada vigilancia de los inspectores de la Coordinación del Centro Histórico, que ya les llaman la atención por un extinguidor mal puesto o bien les recuerdan que este año no les permitirán las conocidas “crucetas” o venta ambulante de la artesanía.

Los monos se niegan a morir, pese a que su fin es siempre el mismo: explotar por la carga de explosivos que tienen en sus voluminosos estómagos. Muchos quisiéramos ver reventar de la misma manera a los personajes a que hacen alegoría, ya sean diablos, políticos, deportistas o personajes públicos.

Para la población que, pese a que solamente los encuentra en la Plaza del Carmen o en la de Valladolid los sigue buscando, su triste fin marca el término de una época de abstinencia. Ha llegado la hora de decirles adiós a los duros camarones secos, cuya apariencia se acerca más a momias que a mariscos; a los desabridos nopales navegantes y a las insípidas comidas de verduras. Con su compra tal parece decir “por fin, la cuaresma llega a su fin”.

Los Judas se niegan a desaparecer del gusto popular, aunque las autoridades municipales opinen lo contrario. Estos tristes parientes de las piñatas, cuyo fin no se asemeja en nada al de sus parientas navideñas, que a palos coronan las fiestas de término del año o las celebraciones infantiles, no nada más truenan al son que les tocan las cargas de pólvora que hábiles artesanos les incrustan en las entrañas, sino que además están cayendo en el olvido, debido a que cada día son menos las personas que conocen sus orígenes y la tradición que por siglos han llevado sobre sus espaldas.

Pese a las prohibiciones de las autoridades respecto al uso de explosivos, la tradición de quema de estos monigotes el Sábado de Gloria o Sábado Santo para estar acorde con la época, ha pervivido, aunque ahora la tendencia es la de conservarlas en exposiciones como piezas de museo.

Según la tradición cristiana, la quema de estos tristes personajes proviene de lo asentado en la Ultima Cena de Cristo, cuando se cuenta que Judas vende al Salvador, el que es apresado por los romanos. La traición del discípulo se consuma con el pago de 30 monedas, pero agobiado por la culpa, termina su vida colgada de una soga.

Estos monos son muñecos creados con madera y cartón (al típico estilo de las piñatas), que después de exhibirse colgados, se les hace estallar por medio de cohetes que les son colocados durante su elaboración.

El tamaño puede variar, desde 30 centímetros hasta 7 o 9 metros. En algunos lugares los rellenan de dulces o juguetes, con el fin de atraer a la gente.

Dependiendo del tamaño se emplea madera de carrizo para hacer un esqueleto que se forra con papel manila o craft, utilizando pegamento blanco o engrudo. Para finalizar la obra, se aplican pinturas vinílicas de acuerdo al personaje que el autor haya escogido.

Con esto, la Semana Santa llega a su fin, los turistas tienen mucho que ver y contar, luego podrán colocar la cereza del pastel refrescándose en algún concurrido balneario, pero lo cierto es que estas viejas tradiciones, otrora reverenciadas, han pasado a ser en el nuevo milenio un escaparate para que la gente observe y conozca el sentir de un pueblo tradicional.

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