Por: Aurelio Contreras Moreno
Hace casi ocho años, en octubre de 2016, el entonces gobernador Javier Duarte de Ochoa anunció en el noticiero matutino de Carlos Loret de Mola en Televisa, que pediría licencia a su cargo para enfrentar las acusaciones de peculado y desvío de recursos que enfrentaba luego del hasta entonces peor gobierno de la historia de Veracruz.
Faltaba realmente muy poco tiempo para que concluyera su mandato, mes y medio aproximadamente, pero Duarte ya era insostenible. Veracruz era un caos financiero, político y social. Había perdido las elecciones por la gubernatura ante su odiado enemigo Miguel Ángel Yunes Linares y lo peor, había perdido también el favor y la protección política y penal del presidente Enrique Peña Nieto. De hecho, las denuncias que finalmente lo llevaron a la cárcel, donde aún permanece, fueron las presentadas por el Servicio de Administración Tributaria (SAT).
Para cubrir el corto periodo que le restaba al sexenio, en medio del júbilo generalizado por la caída de Duarte, ocupó la oficina como gobernador interino el entonces secretario de Gobierno, Flavino Ríos Alvarado, quien en ese mes y medio que le tocó inauguró algunas obras, encabezó unos cuantos actos públicos, realizó pequeños cambios administrativos y enfrentó la crisis política y económica que le dejó Duarte, quien en lugar de dar la cara por las acusaciones en su contra, se dio a la fuga. El resto de la historia es por demás conocida.
Desde hace varios meses, a Veracruz parece que lo maneja un piloto automático. En la formalidad legal, el gobernador constitucional sigue siendo Cuitláhuac García Jiménez. Pero en la realidad, no gobierna nada. Las decisiones se toman en otra parte. En buena medida, porque él mismo claudicó de sus obligaciones y responsabilidades, lo que no quiere decir que pueda lavarse las manos respecto de las atrocidades cometidas por sus subordinados.
García Jiménez ha repetido en múltiples ocasiones que Claudia Sheinbaum lo invitó a su gabinete y que en breve pedirá licencia. Primero dijo que este mismo mes, por lo que “adelantaría” su último “informe” de gobierno. Aunque se refería más bien al acto político, porque el informe como tal invariablemente se debe entregar al Congreso del Estado el 15 de noviembre, como lo establece la Constitución local.
Sin embargo, los días pasaron y los anuncios de quiénes serán los próximos secretarios de Estado también. Nunca apareció el nombre de Cuitláhuac García, quien se volvió –otra vez- el hazmerreír del país.
Todavía se aventó la “puntada” de filtrar que lo que le aguardaba era la Comisión Federal de Electricidad, una de las áreas más estratégicas para el morenato. Y nuevamente, se quedó con un palmo de narices cuando Sheinbaum anunció a quien sucederá a Manuel Bartlett -quien se irá a su jubilación de oro con la fortuna que amasó este sexenio al amparo de la “4t”- y que, de nueva cuenta, no fue el xalapeño de la colonia Progreso que simula tener acento costeño-tabasqueño.
Finalmente, esta semana Claudia Sheinbaum le dio una esperanza… junto con los demás gobernadores salientes de Morena y aliados, a los cuales anunció que sí les dará un espacio en la próxima administración. Aunque las principales carteras ya están repartidas.
Más tardó Sheinbaum en hacer el anuncio, que Cuitláhuac García en declarar que ahora sí ya se va, que pronto pedirá licencia. Pero que al menos seguirá en palacio de gobierno hasta el mes de septiembre y alcanzará a dar “el grito” de Independencia. El nuevo sexenio inicia dos semanas después, el 1 de octubre.
Así que ocho años después, Veracruz volverá a tener un gobernador interino que concluya el periodo. Dos meses para aparecer en los libros de historia del estado como mandatario constitucional. La pregunta ahora es, ¿quién cerrará la cortina?
Si bien la situación actual no es ni de cerca como la de 2016 –por lo menos en lo financiero-, esos dos meses de gestión entrañan una gran responsabilidad que, si no se asume debidamente, se puede transformar en una pesadilla. El caso del mismo Flavino Ríos, quien fue encarcelado luego de dejar el efímero poder por haber ayudado a Duarte a fugarse, es un claro ejemplo de ello.
Además, quien asuma la titularidad del Ejecutivo estatal estará totalmente maniatado por los deseos e intereses de la gobernadora electa, quien seguramente tendrá la prerrogativa de sugerir quién será el que le aparte la silla esas cuatro semanas. Con un elemento adicional: el hombre elegido –Rocío Nahle no permitirá no ser ella la primera mujer en gobernar Veracruz- quedará automáticamente impedido para buscar esa misma posición en 2030. Lo que vuelve poco atractiva la encomienda para quienes “ya se vieron” dentro de seis años. ¿Quién será el “sacrificado” mini gobernador?
Y por lo que toca a Cuitláhuac, todo parece indicar que, efectivamente, lo refundirán en una auténtica oficina de asuntos sin importancia. Que se dé de santos que no le vaya a hacer compañía a Javier Duarte.
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