El 2 de octubre olvidado
Los gritos del “¡2 de octubre no se olvida!” resonarán en diversas partes del país el próximo lunes; es una expresión que simboliza todo un movimiento social
Por: Rosalinda Cabrera Cruz
Los gritos del “¡2 de octubre no se olvida!” resonarán en diversas partes del país el próximo lunes; es una expresión que simboliza todo un movimiento social, el cual ocurrió en 1968, hace ya 55 años y que remite a los sucesos en donde grupos estudiantiles se movilizaron en contra de los actos de represión ejercidos durante el gobierno del entonces presidente de la república, Gustavo Díaz Ordaz.
Para quienes vivieron estos momentos históricos, las escenas de violencia en el entonces Distrito Federal (hoy Ciudad de México) se volvieron cotidianas a partir de julio de ese año; si bien el episodio más recordado es el del 2 de octubre, el movimiento se fue gestando desde tiempo atrás, incluso considerado dentro de un contexto histórico mundial, 1968 se vio regido por una serie de convulsiones sociales. Desde julio y hasta diciembre de ese mismo año, sucedieron los momentos más críticos, que se pueden enumerar de la siguiente manera:
Los inicios; la violencia de julio, generada a partir del bazucazo con el que el ejército derribó la puerta de la entonces Preparatoria 1, en San Ildefonso (30 de julio).
La segunda etapa, caracterizada por la marcha del rector de la UNAM Javier Barros Sierra en la Marcha del Silencio y su condena a la violación de la autonomía universitaria; esto fue conocido como la ofensiva estudiantil de agosto, cuando surge el Consejo Nacional de Huelga, órgano directriz de los estudiantes, a través del cual se gestaron las estrategias que serían utilizadas por los estudiantes para protestar.
La tercera etapa fue la resistencia; caracterizada por los hechos ocurridos en septiembre y por la represión ejercida sobre los estudiantes; quizás, uno de los periodos más complicados debido a las acciones de amedrentamiento, hostigamiento y asesinatos cometidos contra los estudiantes. Fue notorio el empleo de la fuerza del ejército, que llegó al grado de ocupar militarmente las dependencias de las instituciones rectoras de la educación profesional, como eran la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN).
Llegó por fin el 2 de octubre, cuando un numeroso grupo de estudiantes que se manifestaban en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, fueron sorprendidos por militares, quienes dispararon contra ellos. El hecho fue realizado de manera conjunta como parte de la Operación Galeana, por el grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia, la Dirección Federal de Seguridad, conocida entonces como Policía Secreta y el Ejército Mexicano, en contra de la reunión convocada por el Consejo Nacional de Huelga. Aún ahora se desconoce la cantidad exacta de muertos y heridos.
A continuación, y debido a la estrategia represiva del gobierno, vino el repliegue, que comprendió las acciones estudiantiles desde octubre hasta diciembre, dando cuenta de las proyecciones del movimiento hasta su disolución.
Destaca que este fue realmente un movimiento incluyente, pues igual se vio la participación de estudiantes, amas de casa, intelectuales, obreros y profesionistas de la capital del país y otros estados e incluso funcionarios, con la intención de buscar un cambio democrático en el país, mayores libertades políticas y civiles, menor desigualdad y la renuncia del gobierno en turno al que consideraban autoritario.
Pero tales aspiraciones se vieron aparejadas con el exceso de represión a través del abuso policiaco; la presencia del ejército en el primer cuadro de la capital del país, donde quienes trabajaban o transitaban por él pronto se habituaron a ver vehículos militares y soldados por las calles y que dio pie a que los estudiantes fueran protagonistas al enfrentarse a los policías y militares en forma violenta.
A más de medio siglo de distancia se puede estimar que sin duda la capacidad operativa de la policía del D.F. fue insuficiente para enfrentar las protestas estudiantiles, por lo que las autoridades federales echaron mano de elementos del ejército, lo que derivó en la trágica y muchas veces citada matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
El inicio
La historia que llegó a una masacre vio sus comienzos con una pelea de estudiantes en pleno centro del entonces Distrito Federal. Las fuerzas del orden y el grupo antimotines de la policía capitalina, conocido como Cuerpo de Granaderos, hicieron acto de presencia para calmar los ánimos, pero hubo exceso de brutalidad policiaca.
Durante la escaramuza, que duró varias horas, los granaderos golpearon a docenas de estudiantes y testigos de la pelea, llegando al grado de perseguir a los jóvenes hasta las escuelas (sobre todo a la muy cercana preparatoria de San Ildefonso), donde buscaron un refugio y también allí agredió a alumnos y profesores que se encontraban en clase.
Era el 23 de julio de 1968, época conocida porque la policía defeña tenía la muy cuestionable fama de cometer abusos, y en esa ocasión no fue la excepción, pues la agresión a los estudiantes y profesores fue excesiva.
Como resultado, cuatro días después, estudiantes de la UNAM y del IPN organizaron una marcha contra la violencia policial; este escenario fue aprovechado con fines políticos, pues a la caminata se sumaron miembros del Partido Comunista Mexicano, y que de nueva cuenta fue reprimida por los granaderos.
Los ánimos estaban caldeados y a partir de ese momento empezó un movimiento estudiantil que en pocas semanas creció desmesuradamente. La UNAM, el IPN y otras universidades del país se declararon entonces en huelga.
Los reportes de daños de las autoridades del momento incluyeron autobuses quemados y el estallido de artefactos explosivos (algo que en tiempos actuales es ya cotidiano). Cientos de jóvenes fueron detenidos y en el Zócalo, la plaza central del país, se desplegaron tanquetas y decenas de militares, hostigando y amedrentando a la población civil.
A las puertas del desastre
El Ejército, haciendo alarde de prepotencia, no tardó mucho en ocupar las instalaciones de la UNAM y el IPN, pero no logró contener el movimiento agrupado en el Consejo Nacional de Huelga (CNH), que cada vez tomaba más fuerza.
Fue histórico el momento en que el rector de la Universidad Nacional, Javier Barros Sierra, renunció a su cargo en protesta por la invasión a la autonomía universitaria e incluso su participación en las marchas organizadas por el CNH.
Entre represiones, ataques y marchas, y en vísperas de la celebración de los Juegos Olímpicos del que México fue sede, el movimiento sólo fue contenido hasta la tarde del 2 de octubre. Ese día se había convocado una nueva marcha de protesta que partiría de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.
La operación represiva fue milimétrica, pues previo a la reunión cientos de soldados rodearon el sitio ubicándose estratégicamente. Entonces vino la tragedia: cuando los estudiantes anunciaban que se cancelaba la caminata para evitar la violencia, dio inició una balacera contra la multitud, sin importar que hubiera mujeres y niños en medio de ella.
Ha pasado medio siglo desde entonces y aún no está claro dónde empezaron los disparos, de lo que no cabe duda es que fueron de parte de las fuerzas policiales y militares presentes en el lugar. Tampoco se sabe realmente cuántas personas murieron o fueron heridas, pero lo que sí queda claro es que el ataque se convirtió en un parteaguas en la historia del país. Desde el 2 de octubre de 1968 México fue otro, social y políticamente distinto al del día anterior.
Diez años antes
Las nuevas generaciones, al conmemorar esta fecha, se van con la finta de que este negro capítulo de la historia mexicana se gestó en 1968, pero la realidad es que fue la gota que derramó el vaso.
Poco se habla en los libros (ya sean oficiales o independientes), del entorno social y político que había en el país por esos años, que derivó en que el movimiento estudiantil de 1968 se desbordara y terminara en una matanza, un momento que explica también la fuerte reacción del gobierno del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Habría que recordar que desde los años 50 y en la siguiente década, en el país se registró una serie de movimiento de médicos, ferrocarrileros, electricistas, campesinos y estudiantes y en todos estos casos las protestas fueron disueltas por policías y militares.
Curiosamente, los sobrevivientes de la masacre recuerdan al movimiento estudiantil como “alegre y creativo”, pero las movilizaciones estudiantiles de 1968 fueron consecuencia de un largo proceso, según explicó en distintos escenarios Gilberto Guevara Niebla, uno de los fundadores del CNH.
En una entrevista para una cadena internacional de televisión, varios años después, señaló que “el movimiento de 68 no se comprendería si no se considera que en esa época existía un régimen autoritario y represivo… Sobre todo en los años 60 hubo una sucesión de intervenciones militares en las universidades, que fue creando un ambiente de descontento y de malestar entre la juventud”.
Por citar un ejemplo, en 1956 los estudiantes del IPN protagonizaron una huelga que terminó con la ocupación militar de sus instalaciones. La vigilancia de los soldados permaneció durante un año y de esto poco se menciona, al igual que de la huelga de 1963 en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, también disuelta por el Ejército a sangre y fuego.
En este mismo centro de estudios, en 1966, luego de diversos enfrentamientos, fue asesinado el estudiante Everardo Rodríguez Orbe; el entonces rector Nicanor Gómez Reyes (repudiado por el gobernador Agustín Arriaga Rivera “por comunista”), recriminó “la injustificada voracidad del monopolio camionero y que la Universidad, fiel a su tradición, continuaría por el camino que el pueblo le había señalado” y en contra de las políticas del gobernador.
Ante los desórdenes, intervino el presidente Díaz Ordaz, quien hizo llegar un grupo especial del Ejército encabezado por el general José Hernández Toledo, el mismo que coordinaría la matanza de Tlatelolco, a la capital michoacana. Junto con la XXI Zona Militar, al mando de Félix Ireta, tomaron las instalaciones de la Universidad Michoacana y el 8 de agosto se desalojaron por orden presidencial las casas del estudiante, allanaron domicilios de profesores y alumnos y retuvieron al personal médico del Sanatorio La Luz. Ese mismo día se anunció la reforma a la Ley Orgánica para evitar “nuevas sublevaciones”.
Dos años más tarde, esos acontecimientos estaban muy presentes en el ánimo de los estudiantes, según recordó en entrevista para la BBC Mundo Rolando Cordera Campos, quien fue consejero por la Escuela de Economía ante el CNH y actualmente es un economista y político mexicano, licenciado en Economía por la UNAM, con estudios de posgrado por la London School of Economics, en Londres, Inglaterra y nombrado por la UNAM como profesor emérito y Doctor Honoris Causa por la UAM.
Rememoró que “Antes de nosotros hubo otros mexicanos que habían reclamado más o menos lo mismo: cumplimiento de la ley, respeto a los derechos y la Constitución… Vivíamos un mar de estímulos” …
Pero el enojo por las intervenciones militares y la decisión de las autoridades para disolver las protestas fueron una parte de la historia tras el movimiento de 1968. Ese año, en Europa ocurrió una serie de protestas estudiantiles, sobre todo en Francia. Un elemento que influyó en México, pero su impacto fue menor a lo que sucedía en Estados Unidos, recuerda por su parte Guevara Niebla.
En ese país había una intensa oleada de protestas contra la guerra en Vietnam, la lucha por los derechos civiles de algunas minorías, así como un creciente proceso de liberalización sexual y feminismo. “Coincidieron muchos factores”, recuerda el fundador del CNH. “A través de la televisión sabíamos lo que ocurría en Estados Unidos y con los jóvenes de Francia”.
En este marco, los estudiantes del 68 en México se unieron a un reclamo internacional frente al orden existente en aquel tiempo, pero en el caso mexicano, era un orden muy autoritario, que no respetaba las movilizaciones de reclamo social.
No todos los que se unieron a las movilizaciones eran estudiantes, pues se logró el respaldo de sindicatos, grupos de vecinos y hasta amas de casa. Las protestas se extendieron por varias ciudades del país y cada vez los reclamos se escuchaban más alto.
Las demandas del CNH también cambiaron. Al inicio era la disolución del cuerpo de granaderos, eliminar de las leyes el delito de disolución social y castigo a los responsables de agredir estudiantes, pero luego el pliego petitorio incluyó la liberación de todos los presos políticos, y un diálogo público y abierto del Consejo Nacional con el gobierno federal, algo que nunca iba a suceder.
Y llegaron los Juegos
Pero faltaba un ingrediente más a la creciente inconformidad hasta llegar a la matanza de Tlatelolco. Según los historiadores, además de los mencionados hubo otros elementos y no necesariamente políticos. Ese 1968 México era sede de los Juegos de la XIX Olimpiada, programada para empezar el 12 de octubre de ese año.
Semanas antes del evento llegaron periodistas enviados por medios internacionales; destacaba que sería la primera vez que el magno encuentro deportivo se transmitirían por satélite a todo el mundo, así que las protestas estudiantiles comenzaron a intensificarse conforme se aproximaba la fecha y esa no era la imagen que el gobierno de México quería proyectar.
Noticia era noticia y muchos periodistas internacionales empezaron a cubrir las movilizaciones, lo que disgustaba a Díaz Ordaz y a su secretario de Gobernación, Luis Echevarría Álvarez. Además, el presidente estaba convencido que los estudiantes formaban parte de una especie de conjura comunista en contra de los juegos.
La decisión final fue enviar un mensaje contundente para terminar con la rebeldía de varios años, desde la visión de Guevara Niebla: “Después de 1968, Díaz Ordaz declaró que al enfrentar el conflicto se habían agotado los recursos políticos y se tuvo que acudir a la fuerza”.
“Lo que se quería era destruir de un solo golpe el movimiento estudiantil para dar paso a las Olimpiadas. La represión tuvo lugar diez días antes de que empezaran, estaban obligados a sofocar las protestas, pero lo hicieron de una manera brutal”.
Y de momento le resultó; luego de Tlatelolco continuaron las asambleas, las acciones de las brigadas y las reuniones del CNH. Aunque el golpe había sido brutal y el repliegue de los manifestantes para ese entonces fue evidente.
Prueba de ello, es que después de la masacre, el estudiantado ya no buscaba democratizar al país; sus objetivos ahora eran más modestos y se reducían a que cesara la represión, se liberaran a los manifestantes presos y se les entregaran los establecimientos educacionales ocupados por los militares.
En diciembre de ese año, después de haber sido cubiertas algunas de sus demandas y del alto desgaste sufrido por los estudiantes, el Consejo Nacional de Huelga dio por finalizado el conflicto.