InvestigacionesJulio2023

El peligro de la necropolítica

Hay una distinción clásica, proveniente del psicoanálisis, entre dos pulsiones vitales que orientan la conducta individual, pero que es igualmente aplicable al comportamiento de grandes colectivos

Por: Mario Luis Fuentes/México Social

Hay una distinción clásica, proveniente del psicoanálisis, entre dos pulsiones vitales que orientan la conducta individual, pero que es igualmente aplicable al comportamiento de grandes colectivos: por un lado, la pulsión erótica o de vida (eros), que permite generar procesos creativos, de construcción de fiesta, alegría y tal vez, paz. Por el contrario, está la pulsión de muerte (tánatos), la cual conduce a la negación de los impulsos de agregación y convivencia social.

En la mitología griega, sin embargo, el toque de tánatos era un toque delicado; es decir, la muerte llegaba como un suave anuncio, quizá sin percibirlo; semejante al toque del sueño (Hipnos), hermano de Tánatos. Muerte y sueño son en ese sentido semejantes, porque Tánatos obliga al tránsito del río Lete, el cual conducía al Hades y del cual, al beber de sus aguas, provocaba el olvido total del pasado. Hipnos y Tánatos, hermanos gemelos, discutían cada noche para determinar a quién habría de llevarse cada uno de ellos.

Había en los relatos míticos también la figura de otras hermanas, las Keres, amantes de la muerte violenta y presentes siempre en el campo de batalla; promotoras de ríos de sangre, estas Keres aterrorizaban a cualquiera, pues su presencia presagiaba que los peores tormentos se harían presentes y que las peores de las muertes habrían de hacerse presentes.

En el siglo XX fue acuñado el término de la necropolítica para describir modelos de organización del poder donde abiertamente el Estado y todo el aparato político que lo integra se diseña y opera para decidir, la mayoría de las ocasiones de forma arbitraria, cómo las personas deben y pueden vivir o morir. Es el despliegue total de lo que Foucault habría llamado el Biopoder.

Pensar a México ante esos referentes es importante, porque no sólo ha ocurrido que en los últimos 30 años hemos devenido en un país donde tiene primacía el impulso de Tánatos, sino donde además éste ha sido desplazado por la peor de sus versiones, en la primacía de las Keres, es decir, de la muerte violenta que además esparce otros tipos y formas de violencia y de crueldad en contra de la población: masacres, desmembramiento de cuerpos, secuestros masivos, desaparición forzada y la proliferación terrorífica de las fosas clandestinas; trata de personas y violencia sexual por doquier.

Pero lo que define a la necropolítica no sólo es la presencia masiva de la violencia y la criminalidad, sino precisamente que la autoridad sea cómplice, por acción u omisión, con quienes han hecho de las Keres sus compañeras de viaje. Porque cuando eso ocurre, la indolencia cunde y se abre la puerta a la impunidad, dando paso con ello a la imposición de la “ley del más fuerte”.

Por eso, más allá del espectáculo y despliegue de poder que constituyen las conferencias matutinas presidenciales, duele que el Jefe del Estado mexicano haga chistes en torno a la situación general de la violencia, reiterando que habrá de hablar con las mamás o abuelos de los delincuentes para que les llamen la atención.

Y es que eso debe ser considerado como una broma de mal gusto, porque si lo plantea en serio, debería considerarse que la necropolítica se ha instalado en la forma de entender y explicar al país de parte de quien es Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y Jefe del Estado Mexicano.

México ha tenido más de tres millones de defunciones en los últimos tres años; son millones de duelos que han llegado, muchos de ellos, no sólo ante el suave toque de Tánatos; sino producto del arrebato violento de las Keres. Ante ello, lo esperable y exigible es al menos empatía, consuelo, solidaridad y, ante todo, Justicia, porque lo contrario lleva a la rabia, al descontento y a un posible despertar social violento como respuesta a la inacción de la autoridad. Y eso en griego se llamaba Caos, el cual venía seguido de Némesis. Dos rostros que nadie en su sano juicio puede querer invocar.

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