Investigaciones

Historias, tradiciones, mitos y algo más

Por: Rosalinda Cabrera Cruz

No puede haber un recuerdo de la muerte si no se busca el enlace con la vida; mientras el ser humano exista, estarán presentes las historias y relatos de encuentros cercanos con aquellos que ya se fueron o con los que se desearía regresaran a este mundo.

El mejor marco para estas historias es el propio cementerio municipal, con sus más de 100 años de vida y cientos de tumbas, en torno a cada una de las cuales se entretejen cuentos y descripciones, reales o no, de muchas almas que quisieran estar de regreso a este mundo.

En el ambiente bucólico y místico de los monumentos sepulcrales, exactamente a la medianoche, un velador del lugar hizo un recuento de lo visto y no visto por él y el resto de sus compañeros en este peculiar trabajo.

La señora de la pila

Uno de los relatos que todavía erizan los cabellos de los vigilantes es aquel que relata la presencia, ya por la noche, de una mujer de largos cabellos y faldas que se ha podido observar en la cercanía de la capilla del cementerio.

 De acuerdo con los veladores, esta fémina acarrea agua para regar las flores de una tumba que nunca han podido localizar.

Quienes la han visto juran y perjuran que sus pies nunca tocan el piso y que carga con un pesado bordón. Su imagen sólo puede ser vista bajo la luz de la luna, porque la de las lámparas la atraviesan.

  Nunca han podido saber cuál es su penitencia o que es lo que la obliga a llevar los pesados baldes hacia algún sepulcro, seguramente de algún ser querido.

   Pero esta no es la única historia, también está la de aquel hombre, que luego de 50 años de convivencia perdió a su esposa, compañera de toda su vida, a la que no podía olvidar y por ello diariamente acudía a su tumba, donde le llevaba flores, dulces y tiernos recuerdos.

No había tarde en que los vigilantes no se encontraran con aquel hombre de pelo entrecano, al parecer un humilde taxista, quien, sentado sobre la lápida de mármol, le relataba a su desaparecida mujer las vicisitudes cotidianas, mientras se encargaba de limpiar la última morada de la mujer amada.

Durante aproximadamente 2 años, la presencia del hombre se fue haciendo una costumbre, ahí comía, leía e incluso algunas veces dormitaba, hasta que cesaron sus visitas. El personal del viejo panteón creyó que por fin el anciano se había cansado; sin embargo, de manera inexplicable, la tumba siempre presenta un aspecto inmaculado, limpio, cuidado, tal como si él estuviera presente, aunque nadie le haya vuelto a ver ni se hayan podido percatar que alguien más llega a realizar estas labores.

 También se cuenta aquella historia del hombre que perdiera a su hermano en un desafortunado accidente, lo que desembocó en que su consanguíneo se tirara a la parranda, “para poder olvidar” al ser querido.

 No era raro encontrar al pobre albañil todos los días brindando a la salud de su hermano, al pie de su tumba, hasta caer rendido a veces de cansancio, en otras ocasiones por los efluvios etílicos, hasta que una mañana fue encontrado su cuerpo con el tequila en la mano, recostado apaciblemente junto a la fosa donde descansaban los restos de su querido hermano y con el que al fin se había reunido.

Dan más miedo las historias de vivos

Sin embargo, mientras paseamos por los oscuros pasillos, bajo una luna llena que deja ver sombras y fantasmales figuras entre los cientos de tumbas, lo que se hace más místico con el sonido y murmullos de los árboles, nuestro guía refiere que a él ya no le da miedo su trabajo, el que debe realizar tres veces cada noche que está de guardia.

“Ya me acostumbré”, dice al tiempo de referir que, aunque conoce las historias, a él nunca le ha pasado nada raro o fuera de este mundo. “Yo le tengo más miedo a los drogadictos que luego se meten a los terrenos y que aquí encuentran un buen lugar para hacer de las suyas sin que nadie les diga nada, porque los policías que luego les siguen les da miedo entrar al panteón de noche”.

 Cosas inexplicables dice que sí hay, pero que al menos a él no le han ocurrido “aunque a otros compañeros sí”.

Desde hace casi 30 años que labora como velador del camposanto, indica que sí le ha tocado presenciar muchas cosas fuera de lo común, aunque no con fantasmas o aparecidos, sino “con maloras vivitos y coleando”.

 Por la cercanía del cementerio municipal con el campus universitario, es frecuente que los estudiantes, traviesos al fin y al cabo, den rienda a su imaginación luego de brincarse las bardas, como en aquella ocasión en que luego de una noche de juerga, se les ocurrió que era una buena idea bañarse desnudos en la pila del panteón, lugar en donde fueron sorprendidos, y aunque en aquella ocasión sí llegara una patrulla, los valientes policías optaron mejor por dejarlos ir, para no hacer una detención dentro de los terrenos santos.

 Pero no nada más a bañarse entran estudiantes a las casi 6 hectáreas que tiene el panteón y en donde ahora sólo se efectúan sepelios en los terrenos que han sido vendidos a perpetuidad, sino también a apoderarse de uno que otro recuerdo, como algún hueso mal enterrado en las fosas comunes o algo que atestigüe que tuvieron el valor de entrar a esta zona ya por la noche.

Las tumbas, sepulcros y criptas, refiere el entrevistado, últimamente también han sido el lugar para una moda insólita: la de dejar en el lugar la evidencia de pecados cometidos en un momento de lujuria.

No han sido pocas las veces en que al lado de alguna de las tumbas más recónditas se encuentren los cuerpos de bebés nonatos, dejados ahí por desesperadas mujeres que no encontraron una mejor manera de enfrentar su problema que dejando los restos junto a una loza, con la creencia de que ahí mismo serían sepultados y suponiendo que con ello expiarían sus culpas y la irresponsabilidad tanto de ellas como de las parejas que contribuyeron al malogrado embarazo.

Sin embargo, esos pequeños cuerpecitos la mayor parte de las veces han ido a parar a la morgue, donde luego de sus autopsias han sido cremados o han parado en un frasco de éter para su estudio posterior.

Lugar de brujerías

Pero quizá lo que más temor cause entre el personal que labora en el viejo Panteón Civil sea que se ha convertido en terreno propicio para encantamientos, brujería y llamados al más allá para lograr algún favor.

El guía relata que recientemente, durante las noches, se han encontrado veladoras en torno a la barda perimetral, nunca dentro del panteón, pero sí en los alrededores.

Intrigados, los trabajadores se dieron a la tarea de vigilar quién era el responsable de colocar los cirios, hasta que. por fin, en la medianoche de un día cualquiera, vieron aparecer a dos mujeres que, cargadas con sus veladoras y unos rezos escritos en un papel, descendieron de un taxi para iniciar un rito.

La explicación que brindaron fue que era una manda y que por lo menos debían realizarla durante 30 días, de los cuales no habían transcurrido ni la mitad de ellos. No obstante, luego de que fueron pescadas in fraganti, nunca más se les volvió a ver por el lugar.

  Indicó que no han sido pocas las veces en que han encontrado envoltorios atravesados con agujas, monos que figuran la imagen de un ser humano o fotografías marcadas con extraños símbolos, objetos que nadie quiere tocar porque saben que “están embrujados”.

Según relatan, en algunas ocasiones han escuchado rezos y cánticos que nada tienen que ver con la liturgia religiosa y que sí indican que los terrenos sacros están siendo usados para fines no muy piadosos, como es el encantamiento o el embrujo hacia alguna o algunas personas.

Día de muertos, día de mayor labor

Frente a una de las tumbas más antiguas, donde descansa Isidro Alemán, abanderado del Batallón Matamoros que organizara Melchor Ocampo para defender a la patria contra la invasión norteamericana y que data de fines del siglo XIX, finaliza nuestro informante sus relatos, enfrentando la realidad próxima que les toca vivir: los ajetreados días de tributo a los difuntos.

Reconoce que durante los días 1 y 2 de noviembre los visitantes se multiplican, las tumbas rebosan de dulces, alimentos y flores e incluso algunas que se pensaba que estaban olvidadas, muestran alguna pequeña ofrenda que pone de manifiesto que aún se les recuerda.

“No se puede olvidar la tradición de la gente”, refiere, así que estos días el cementerio se cierra más tarde y no a las 18 horas como establece el reglamento; es toda una verbena en los callejones y pasillos nunca visitados. Se pueden ver familias enteras que quieren estar cerca de los padres, abuelos, esposos, hermanos y amigos y a los que es difícil convencer de que se tienen que retirar.

Indica que no puede entender porque se deben poner estos reglamentos, porque en Michoacán es toda una tradición velar a los difuntos, pero en el Cementerio Municipal esto no está permitido, así que se tiene que respetar la norma, aunque los trabajadores también entienden, y permiten a los dolientes pasar, “aunque sea”, unos minutos más en este apacible lugar.

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