Opinión| 6º Informe presidencial… De fósil a Presidente
En todo informe, como en todo examen, el informante como el examinado se sitúa en un nivel más bajo respecto a sus examinadores.
Por: Marco Antonio Aguilar Cortés
En todo informe, como en todo examen, el informante como el examinado se sitúa en un nivel más bajo respecto a sus examinadores.
Este domingo primero de septiembre del año 2024, el 6º informe presidencial a cargo de Andrés Manuel López Obrador no fue así; fue a la inversa. El informante se auto situó en un tablado de cerca de 200 metros de superficie, por 2 metros de alto, en relación a sus escuchas.
Los oyentes presenciales de ese 6º informe, en número aproximado de 50 mil, fueron 3 mil invitados y 47 mil acarreados de diversas partes del país; todos, sí, disciplinados y comprometidos hasta la degradación.
El deber del presidente de la república es informar, cada año, al congreso de la unión en el recinto de ese poder legislativo; empero, ahora, ese poder subsiste formalmente, pero en la realidad se ha convertido en un pelele del presidente.
Por ello, el 6º informe se llevó a cabo por fuera de palacio nacional, sede del poder ejecutivo, utilizando la plancha del zócalo capitalino, al que matemáticamente no le caben más que 80 mil personas, incluyendo sus calles perimetrales, a riesgo de que se ahoguen, cuando son tres por metro cuadrado estando en masa multitudinaria.
Así que el presidente subió él, solo, exclusivamente él a ese templete forrado con los colores patrios, y por encima de los asistentes comprometidos con el presidente informador.
Revueltos entre los espectadores estaban, rebajados, los que cobran como legisladores federales a modo, con una paga que no desquitan.
Más de tres horas duró el monólogo presidencial, y lo que dijo no fue un informe, sino una proclama de las maravillas de sus “otros datos”, los que nadie ha visto, porque son sus íntimos instrumentos para fabricar mentiras al por mayor, con un descaro inaudito.
En estricto sentido no hubo ninguna novedad; fue una cómoda síntesis de sus 1418 mañaneras, con el fodongo, casero y desparpajado, lenguaje que suele utilizar.
Debemos reconocerle que en su retórica sabe interactuar con la multitud: “¿Verdad que quieren que los jueces sean elegidos directamente por el pueblo?”
Pero para asegurar la respuesta masiva que se desea, de manera previa los monigotes adiestrados promueven el retumbante “Sííííí…”
“¿Ya se cansaron?”, le pregunta el presidente López a la masa humana presente.
Y también, para no correr riesgos, ya están preparados algunos paleros para provocar que se conteste coreando un rotundo “Nooooo…”
Entonces vuelve a la carga el presidente informador.
“¡Me dan permiso para seguir hablando unas horas más!”; y otra vez los preparados gritos: “Sííííí…”
Horas más tarde, la secretaria de gobernación se presenta a la sesión de apertura del congreso federal para hacer entrega de los documentos correspondientes a ese 6º informe, toma el micrófono, sin más, como si estuviera en su casa, y lanza una arenga partidista electorera, y se sale muy oronda.
Observando la gran mañanera informativa, escuchando el monólogo trillado del presidente López, recordé el innumerable anecdotario nacional, tan lleno de pícaros; y Andrés Manuel es uno de ellos.
Pienso, por ende, que en México no hay imposibles.
¿Cómo un porrista fósil de la UNAM, que fue reprobado en tantas materias básicas durante 14 años, está ahora a punto de terminar su mandato, formal, como presidente de la república?, dejando caóticos destrozos en el país.
José Joaquín Fernández de Lizardi, el Pensador Mexicano (1776-1827), paseó por doquier al Periquillo Sarniento, a ese mocetón mordaz de tan simpáticas audacias, pero no se le ocurrió darle el cargo y el poder de virrey en aquella Nueva España de 1816, a ese pícaro.
En cambio, la tragicomedia mexicana del siglo XXI ya configuró, en perjuicio de los habitantes de nuestro país, a un nuevo pícaro.
¡Vaya costo!