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Palabra de Antígona| ¿Las mujeres realmente cambian la política?

Las mujeres realmente cambian la política?

Por: Sara Lovera

El concepto de democracia sólo tendrá un significado verdadero y dinámico cuando las políticas y la legislación nacional sean decididas conjuntamente por hombres y mujeres y presten una atención equitativa a los intereses y las aptitudes de las dos mitades de la población, sostiene Theo-Ben Gurirab, un experto de Naciones Unidas, al recordar los avances para la representación femenina, de 1975 a la IV Conferencia Mundial de la Mujer, de China en 1995.

Ahora estamos ya en la paridad, especialmente en algunos parlamentos. En México lo estamos celebrando día a día. En las cámaras la mitad son mujeres. Sin duda un gran avance, debido a la iniciativa de la paridad que en 2014 se escribió en la Constitución, a iniciativa del entonces presidente de la República Enrique Peña Nieto.

Naturalmente ello no fue el resultado de su decisión, sino de una lucha de al menos 10 años de las mujeres mexicanas por las cuotas de representación y la paridad. Todas feministas unidas por ese objetivo. Cosa que desconoce totalmente el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien cree que él es el precursor de este avance, en una actitud prepotente, donde, al menos, miente. Lo sabemos bien.

Se ha defendido, no sin razón, el derecho de las mujeres a participar en la misma medida que los hombres en la toma de decisiones, amparadas, además, en aquella frase histórica de Michelle Bachelet -expresidenta dos veces de Chile- “si una mujer entra a la política, cambia la mujer, pero si muchas mujeres entran a la política, cambia la política”.

No obstante, esta frase en México, no aplica en estos momentos en que se derrumban las aspiraciones democráticas y tenemos muchas, muchas mujeres en puestos de representación, funcionarias y congresistas; presidentas municipales y síndicas, gobernadoras o concejalas, variopintas de concepciones políticas y de vida, muy diversas, una mayoría aplastante, sin el más mínimo conocimiento de la política feminista y lamentablemente reproductoras de las conductas de los hombres.

Nuestra aspiración podría significar cambios en la manera en que funcionan los parlamentos, esos que podrían reflejar una  influencia positiva  con  la presencia de las mujeres: una mejor forma de expresarse y comportarse; un orden de prioridades diferente de las cuestiones y políticas; la sensibilidad hacia los asuntos de la igualdad y de género en todos los aspectos del gobierno, especialmente en la elaboración de los presupuestos; y la introducción de nueva legislación y cambios a las leyes vigentes, como lo dice Theo-Ben Gurirab, en su texto denominado “Las mujeres en la política: La lucha para poner fin a la violencia contra la mujer”.

Es verdad que la participación de las mujeres en la toma de decisiones de gobierno está dando una visibilidad política importante a los derechos de las mujeres en todo el mundo. 

Pero el asunto está precisamente en lo que antes digo, ya que las mujeres no son un grupo homogéneo, algunas tienden a apoyar a otras mujeres y han contribuido a incorporar los interéses y las preocupaciones de las mujeres a los programas parlamentarios, pero una de las preocupaciones más importantes ahora es si logran despojarse de las prácticas políticas de los hombres, que, en este momento en México, lo hacen desde la mayor de las polarizaciones que hayamos vivido en la historia.

Ayer en el Senado

El debate debía ser profundo, de altura y significativo. Este que no termina, porque ahora actuará la ciudadanía. En el Congreso de muchas y variadas sesiones y fechas, sobre las reformas del llamado Plan B del Presidente de la República y la clara intentona para afectar la organización de las elecciones en México, que nos ha costado vidas, desaciertos, enfrentamientos, persecuciones y muchos malestares parece no ser lo más importante, y eso se refleja en los medios de comunicación tradicionales.

Desgraciadamente ha caído en lo más bajo. Terrible. El comentarista de Excélsior, Francisco Garfias, escribió en su Arsenal, que la sesión de ayer se convirtió en un “lavadero”, un concepto machista de un instrumento de las mujeres, usado en la historia y donde implica que ahí, en los lavaderos se quita la mugre, lo hacen ellas y donde no conversan ni se comparte nada humano, si muy femenino, piensan estos hombres, donde lo que sucede son chismes, pleitos, agarrones entre las viejas. Los lavaderos son un espacio infravalorado. Y para el machismo es muy elocuente.

No obstante, lo que quiso decir, aunque no puede por su corta visión, es que no había debate entre las senadoras señaladas, -como no lo hubo entre muchos de ellos- sino que se desencadenaron sólo el insulto, un mal lenguaje, la falta de argumentos y hasta la amenaza.

Cierto es que avanzar en democracia es muy complejo, especialmente en una sociedad como la nuestra de grandes privilegios para los liderazgos autoritarios y machistas, siempre de los hombres.

¿Realmente la llegada de muchas mujeres cambia la política?  O es muy triste ver a estas mujeres, nuestros heraldos, hablar, actuar, gesticular, levantar las manos, proferir picardías y mirar con odio y no desplegar verdaderos razonamientos.

Claro que hubo otros discursos, algunos tan acertados y profundos como los de las senadoras Beatriz Paredes Rangel, Patricia Mercado Castro, Gina Andrea Cruz Blackledge, Guadalupe Saldaña Cisneros, Josefina Vázquez Mota, Claudia Ruiz Massieu, Minerva Hernández Ramos, por mencionar unas cuantas, no todas con mirada de género, pero con cierta dignidad y capacidad de análisis. Discursos que no son noticia, que no se recordarán y que se los lleva el viento.

Lo que parece perdida es la ética en la clase política, con resonancia entre los comentaristas, ahí, ahora, las mujeres están gozando de la paridad. Necesitamos que las mujeres tengamos no solo los mismos derechos que los hombres, sino la posibilidad –a través de una verdadera política de apoyo– de ejercer estos derechos.

Pero no es así. El ejemplo es Lilly Téllez quien constantemente se expone por la manera como aborda los problemas, e inmediatamente tiene respuestas. Algunas verdaderamente peligrosas. Los medios se regodean. Titulares o dichos como que la senadora Lilly Téllez del Partido Acción Nacional (PAN) nuevamente protagonizó un momento de disputas en el Pleno del Senado de la República, luego de que en su discurso en contra del Plan B de la reforma electoral llamó a sus contrarias y contrarios “burrócratas”.

Lo reporta el señor de Arsenal: Lilly continuó señalando la presunta corrupción de la senadora Rocío Abreu de Morena, tras haber aparecido en un video recibiendo dinero en efectivo, y aprovechó para decir de forma generalizada que los de esa bancada “reciben billetes”.

Rocío Abreu, entonces, tras un alegato en tono de pelea, amenazó a la panista de exhibir un video “no apto para personas menores de 18 años”, insinuando que se trata de intimidades sexuales de la panista. Las y los comunicadores entonces tenían, que les gusta, su “nota”.

Mujeres que en la máxima tribuna parecen reafirmar aquel adagio de que mujeres juntas ni difuntas, se trata una mala jugada contra nuestras legítimas aspiraciones democráticas y civilizatorias. Muchas mujeres no cambian la política en México. Muy triste.

En realidad, el asunto es trascendente. Pero lo han manchado así estos desvaríos, que para el feminismo representan una verdadera desgracia.

Esta tendría que ser la nota. Es una contrarreforma electoral conocida como un paso atrás para los derechos políticos conquistados por las mujeres y otros grupos históricamente excluidos. La próxima composición del Congreso podría ya no ser paritaria, escribió la senadora por Movimiento Ciudadano, Patricia Mercado Castro. Y toca varios puntos: Disminuye el porcentaje de mujeres que se deben postular en el bloque de candidaturas de alta competitividad, de 50 a 25 por ciento; quita “dientes” a autoridades electorales para aplicar reglas de paridad en dirigencias partidistas, candidaturas e integración de congresos y gobiernos locales; elimina la posibilidad de cancelar candidaturas que hayan incurrido en violencia política en razón de género. No hay acciones afirmativas para garantizar espacios a personas con discapacidad en candidaturas y en particular en el proceso de elección para el Senado.  Esta contrarreforma también omitió consultar a la gente, a pesar de los antecedentes judiciales que obligan a realizar instrumentos participativos en la legislación que involucra a esta población; ahora las candidaturas para personas indígenas, afromexicanas, con discapacidad, #LGBTIQ+, residentes en el extranjero y jóvenes se reducirán a una bolsa de 25 postulaciones que no garantiza espacios a ninguna de estas poblaciones, pues pueden ser todas para un solo grupo. La primera reforma sin consenso.

Pero no. La nota sigue siendo violencia, desencuentro y se deja perder el fondo.

En el Senado hubo siete horas de debate, pero las crónicas apuntan que ese debate, en su mayoría, estuvo lleno de descalificaciones entre quienes representan al partido oficial Morena y sus aliadas y aliados contra el Bloque de Contención conformado por PAN, PRI, PRD, MC y Grupo Plural.

Mientras muchas buenas iniciativas están pendientes; mientras las mexicanas siguen viviendo escenas cotidianas de violencia feminicida, mientras se reafirma y se amplía el campo de los enfrentamientos y la desmesura, mientras se ha perdido la bancada feminista, queda hecha añicos cualquier esperanza de sororidad y las mujeres se adocenan con los hombres que en este momento sólo conocen el lenguaje de la polarización, la ofensa, las mentiras y la antidemocracia. Crece la desazón y la nostalgia, por tiempos en que, en las cámaras, sí había debate y confrontación civilizada de las diferencias.

En la sesión de ayer lo que hubo fueron encendidos reclamos, díceres, que uno sólo esperaría fueran sólo de los hombres, que no tienen remedio. Habrá que retomar nuestros principios, nuestras aspiraciones y poner en discusión si la llegada de muchas mujeres a la política, cambia la política. Claro que no se puede generalizar, pero preocupa el porcentaje, las escenas repetidas, las mujeres que toman con los hombres la tribuna o la presidencia, francamente con un lenguaje tan hostil y violento, que evidentemente implica que no vamos a avanzar con estas mujeres. Veremos.

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