Marco Antonio Aguilar CortésNuestras plumas

Gota a gota… París es una fiesta

Las olimpiadas, como juegos deportivos supletorios de la guerra, han tenido una milenaria historia.

Por: Marco Antonio Aguilar Cortés

Las olimpiadas, como juegos deportivos supletorios de la guerra, han tenido una milenaria historia.

Los primeros registros de las olimpiadas los encontramos en el año 1280 antes de nuestra era. La primera confronta deportiva la organizó Pélope (fundador del Peloponeso).

En el año 394 de nuestra era, el emperador romano Teodosio I, el Grande, abolió las olimpiadas.

El repulsivo desprestigio, y la decadencia de esos juegos olímpicos, fueron registrados: “mulas bebiendo en las fuentes sagradas, corrupción, asesinatos, guerras, incendios en los templos…”

A detalle, toda esta información se encuentra en los doce tomos de ‘Historia de Grecia’ del helenista inglés George Grote (1794-1871), y en el libro ‘Antigua Grecia’ de su seguidor y compatriota Henry Bernard Cotterill (1812-1886).

Desde el siglo XVII de nuestra era hubo eventos que tendieron al restablecimiento de juegos olímpicos, sin éxito alguno.

Hasta finales del siglo XIX, en 1894, en París, Francia, Pierre Frédy, barón de Coubertin (1863-1937), fundó el Comité Olímpico Internacional (COI), organizando la Primera Olimpiada Moderna, inaugurada el 6 de abril del año 1896, en Atenas, Grecia, en reconocimiento a su lugar de origen.

Desde entonces se han llevado a cabo cada cuatro años estas olimpiadas, salvo de 1916 a 1918 por causa de la Gran Guerra (llamada después Primera Guerra Mundial), de 1940 a 1944, por motivo de la Segunda Guerra Mundial, y la postergación de la olimpiada 2020 para el año 2021, en razón de la pandemia del Cóvid-19.

Al filo de la locura de los tiempos que vivimos, al borde de una guerra atómica anunciada por líderes mundiales poderosos e irresponsables, al lomo de los desajustes ambientales y climáticos del planeta, se está realizando la Olimpiada París 2024, exponiendo armónicamente, con eficacia deportiva internacional, los mejores valores humanos: paz, convivencia, respeto, esfuerzo, lealtad, rectitud, honestidad, desarrollo, confianza, técnica, arte, franqueza, amistad, perseverancia, solidaridad; todo ello, con la cultura de un humanismo mundializado, y globalizador.

205 naciones están participando, de todos los grupos étnicos, con idiomas distintos, con religiones y sin ellas, teniendo ideologías diferentes, de todos los géneros y de todos los sexos, poseyendo edades diversas, los niveles económicos se encuentra todos representados, los estados civiles también están incorporados. ¡Es toda una gesta humana!

Comúnmente los estadios deportivos han sido los escenarios de las olimpiadas. En este 2024 no es así. El tablado ha sido todo París, todo Francia, toda Europa, todo el mundo.

El Río Sena, como la gran arteria de un organismo dinámico, transportó sobre su lomo acuoso, enriquecido por la pertinaz lluvia, a todos los representantes de los países partícipes.

Gota a gota, París sigue siendo una fiesta que renueva la esperanza.

Chubascos tecnológicos de esa magnitud, en el acto inaugural, nos animan, reconfortándonos.

La llama olímpica traída desde Grecia, raíz de una prestigiada cultura, llegó a París en este 2024.

¿A París?

Sí, a París, a aquel príncipe troyano, hijo del rey Príamo y de su esposa Hécuba, y hermano de Héctor. París, conquistador de Helena, esposa del ofendido Menelao; seductor de la mujer más hermosa que ha habido sobre la Tierra, según el Fausto de Goethe.

Sí, a París, quien en 2024 sigue dando calor al ánimo de la victoria, y ofrece luz a toda la especie sapiens-sapiens, a veces no tan sabia. 

Aun así, las olimpiadas han crecido, con los deportes de invierno, los juegos paraolímpicos para capacitados especiales, los juegos de la juventud para estímulos a la minoridad.

Teniendo de todo en nuestro ayer, en nuestro hoy, y seguramente en nuestro mañana, retomemos lo mejor de nosotros, por el bien de todo lo que vive, de todo lo que existe, de todo lo que es, en el microcosmos, en el macrocosmos, y en la plenitud de esa medida de todas las cosas: el ser humano.

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