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Las palabras sí matan

Las palabras sí matan

Por: Luz María Sánchez S.

Acostumbrado a su refranero popular en las conferencias matutinas, deslizando con toda intención sus frases que han calado en el lenguaje popular, como “el neoliberalismo”, “la mafia del poder”, “el prianismo”; “no somos iguales”; “amor con amor se paga”; “abrazos, no balazos”; “la venganza no es mi fuerte”,  etcétera, etcétera; en tan solo dos semanas, el Presidente perdió su toque para seducir con las palabras y ha endurecido su discurso diario con agrias descalificaciones y adjetivos de odio que denotan la frustración y el enojo contra lo que no ha podido combatir, un reportaje que desnudó a su familia y provocó una crisis sin precedentes que ha descarrilado su mayor orgullo: su estilo de comunicar.   

Y claro que las palabras sí matan y más aún cuando se despliegan con odio y venganza en el entorno del sermón mañanero que ahora ya no destila buenos deseos de amor al prójimo, si no de linchamiento a quienes no apoyan la Cuarta Transformación y es el caso del periodista Carlos Loret, quien ha sido el blanco de todo el enojo y coraje presidencial por el reportaje de la casa de Houston, ocupada por su hijo mayor, José Ramón. Desde golpeador, corrupto, mercenario de la mafia del poder, mentiroso y sin principios, agotando todos los calificativos de denostación que se puedan proferir en un horario matutino y que, por cierto, también desplegó contra la periodista Carmen Aristegui, a quien él mismo bajo de su pedestal, para acusarla de engañar, de ser deshonesta por darle seguimiento al reportaje de la ahora llamada “casa gris”.

El Presidente ha perdido la brújula y se ha descolocado de su propio discurso mesiánico que le ha valido, en estos últimos tres años, un crecimiento exponencial de popularidad. Un nicho blindado, del que nadie se había atrevido a tocarlo, ni cuestionarlo, porque los pobres son así: “reciben con gratitud y no cuestionan nada”, a diferencia de los que él llama “los sabiondos” o “fifís”.

Y es que más allá de sus logros, difíciles de constatar en lo material, al margen de sus obras emblemáticas de las que no podrá hablar por un tiempo, debido a la veda electoral, el mayor capital político del Primer Mandatario radica en su comunicación, en su seductor discurso moral de pobreza, humildad, austeridad y honestidad, palabras que inciden en el sentimiento y en la empatía de todos y que le han permitido crear un ideal de país, que no corresponde a la realidad.

Desde la popularidad que le han brindado las encuestas por su carismático discurso, nada le había preocupado al Presidente, quien se ha dado el lujo de denostar públicamente a los medios, a los periodistas, columnistas e intelectuales, totalmente despreocupado sin responsabilizarse de que estas manifestaciones sí atentan contra el derecho a la libertad de expresión y de prensa, convirtiéndose en el actor principal que alienta este ambiente hostil contra el gremio de comunicadores.

Proferir frases de descalificación desde el púlpito de Palacio Nacional no es una provocación reciente. Empoderado en su cargo, ha desacreditado a la mayoría de los medios nacionales, calificándolos de pasquines de quinta, cuando sus encabezados no le parecen. Y estas expresiones de odio han permeado en el ánimo social y en un lenguaje común para dañar la reputación de todo periodista que cuestione a este gobierno.

El odio también mata 

A pesar de que haya un deslinde del Estado y por ende de este gobierno por alentar la violencia contra periodistas, en nada abonan a este clima de linchamiento, las palabras, las expresiones de desprestigio que han calado en lo más profundo del ánimo colectivo para despreciar el trabajo de los comunicadores. Tan sólo echar un vistazo a las redes sociales afines a la 4T. Así se mueven en ese ambiente, calificativos como “chayoteros”, “prianistas”, “carroñeros”, calumniadores y todo lo que demerite el trabajo de reporteros y periodistas.

De acuerdo con cifras que dio el propio Subsecretario de Derechos Humanos Población y Migración, Alejandro Encinas, el pasado 27 de enero, hasta esa fecha se tenía el registro de 52 periodistas asesinados durante esta administración, pero el número creció en tan solo mes y medio de lo que va del año, con cinco asesinatos más, en entidades, dónde la violencia está imparable. Y la responsabilidad no es precisamente de los grupos de la delincuencia organizada, si no una perversa complicidad de intereses obscuros de la delincuencia con los propios gobiernos locales, mientras, se sigue alentando el odio contra este gremio desde el corazón del poder presidencial.

El artículo sexto constitucional señala que el “…derecho a la información será garantizado por el Estado. Toda persona tiene derecho al libre acceso a información plural y oportuna, así como a buscar, recibir y difundir información e ideas de toda índole por cualquier medio de expresión”. Pero violentando este derecho, incluso cuando se aclara que no hay censura, la intimidación proviene directamente de la voz presidencial contra todo comunicador que pretenda cuestionar o investigar todo lo que tenga que ver con la Cuarta Transformación.  Es más, la violación a los derechos constitucionales de la libertad de prensa ha sido el inicio, porque el ataque ha llegado a niveles insospechados de violentar también el derecho a la privacidad de los datos personales de un periodista qué, como cualquier otro ciudadano, se encuentra en plena indefensión respecto al poder máximo que representa la investidura presidencial. ¡Qué se difundan los ingresos de todos los periodistas! A eso se le llama intimidación. ¿Qué más les espera a los informadores, cuya labor es indispensable para el equilibrio del poder en un Estado democrático?

La embestida gubernamental contra los periodistas se ha convertido en una cortina de humo, que le ha permitido al Presidente de la República ganar tiempo y evitar la rendición de cuentas de él y de los posibles conflictos de interés de su familia. Genera distractores hasta llegar a escenas melancólicas con todo y lágrimas, en proyección nacional, pero no deja de amenazar a los periodistas con la consigna de “si no están con él, podría acusarlos de traición a la patria”.

¿Y la Suprema Corte de Justicia?

En medio de este peligroso escenario para nuestra democracia, el Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar apenas hizo un esbozo de defensa a la libertad de expresión, cuando las amenazas desde la Presidencia de la República han alcanzado niveles preocupantes de ataque contra los y las periodistas. En un mensaje estrictamente institucional apuntó que “en una democracia la labor de las y los periodistas es esencial; informar a la población de todo lo que sucede, generar un debate robusto e informado, es fundamental para que las libertades puedan ejercerse”. Sin referirse a las constantes amenazas desde Palacio Nacional en contra del trabajo periodístico, el Presidente de la Corte se refirió específicamente a la lamentable muerte de comunicadores y reiteró la necesidad, no sólo de aplicar sino de hacer más eficaces los mecanismos de protección para periodistas para garantizar la seguridad de quienes han sido amenazados por la labor que realizan.

Grave, muy grave que el ambiente crispado y de polarización en el país, generado desde el Gobierno haya rebasado las palabras y el odio pueda traducirse ahora en la muerte de todas nuestras libertades.

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