Opinión| Nuestras revoluciones 1810, 1854 y 1910… pue que no; pue que sí
Nuestras revoluciones 1810, 1854 y 1910… pue que no; pue que sí
Por: Marco Antonio Aguilar Cortés
Hasta el año 2018, creíamos el común de los mexicanos respecto a nuestra historia (como nación independiente) que se dividía en tres grandes etapas: Revolución de Independencia, Revolución de Reforma y Revolución Social.
Si personalizamos la consumación de independencia en 1821, el caudillo a la vista es Agustín de Iturbide, enemigo y vencedor militar de los iniciadores de esa causa en 1810.
Sin embargo, Hidalgo y Morelos lucharon, básicamente, entre otras cosas: 1.-Por la independencia de la Nueva España de la Corona Española; 2.- Por la abolición de la esclavitud; 3.- Por la desaparición de las castas; 4.- Por la legislación de normas jurídicas fundamentales para el inicio y desarrollo de un nuevo país; y, 5.- Por la reintegración de sus tierras a las comunidades indígenas.
Esos planes se iniciaron, como nacen los bebés humanos, con todas sus limitantes conocidas, pero tuvieron desarrollo acelerado, dirección congruente y válida, sabedores Hidalgo y Morelos que en cualquier momento perderían la vida.
Iturbide y sus seguidores también fueron coherentes. Desde 1810 hubiesen admitido la independencia de la Nueva España; lo que no aceptaban eran las otras cuatro pretensiones básicas de Hidalgo y Morelos. Las juzgaban descabelladas.
Los detonantes de esa inicial lucha insurgente fue la invasión de Napoleón Bonaparte a España, la humillación impuesta por éste a los conflictuados reyes españoles (Carlos IV, el padre, y Fernando VII el hijo), el imponer a su hermano José Bonaparte (Pepe botella) como rey, sentándole en ese trono, pero elaborando previamente la constitución de Bayona, versión española de la constitución francesa.
Los insurgentes españoles que lucharon contra la invasión francesa se atrincheraron en el puerto de Cádiz, protegidos por marinos y soldados ingleses. No olvidemos, Inglaterra fue enemiga y vencedora de Napoleón.
Esos insurgentes hispanos legislaron para aprobar la constitución de Cádiz, y así competir con la constitución de Bayona. Ambas constituciones abolían la esclavitud, castas, la estructura de las encomiendas, y reconocían retroactivos y específicos derechos humanos, entren ellos, la propiedad.
Esas constituciones avanzadas se conocieron en la Nueva España, y con ellas, Iturbide y su generación vieron amenazados sus privilegios. Y por la misma razón que lucharon contra Hidalgo y Morelos, independizaron a la Nueva España, para no perder sus esclavos, para sostener las castas, para que las viejas leyes siguieran vigentes, y para no perder ni un centímetro de sus enormes encomiendas.
Para consumar la Revolución de Independencia se requirió de la simpatía y auxilio del gobierno de los Estados Unidos de América.
Igual, para llevar a cabo la Revolución de la Reforma y la Revolución Social fue indispensable la activa participación de EU; sin ella, no se hubiesen logrado esas revoluciones, en la forma, tiempo y circunstancias, en que se dieron.
Recién se editó (octubre del 2022) el sugestivo libro ‘Revolución’ de Arturo Pérez Reverte, visión de un impetuoso y distinguido miembro de la Academia de la Lengua Española, quien a través de su joven personaje “gachupín” Martín Garret Ortiz, ingeniero en minas, vive con su intensa perspectiva desde el inició de la Revolución Social en Ciudad Juárez (1911), hasta que hubo aquel “agarrón grande” en Celaya, entre Álvaro Obregón y Pancho Villa (1915), en donde se salvó de ser fusilado, por esas cosillas del destino.
Años después, le informaron en España sobre cómo fueron asesinados sus arquetipos Pancho Villa y Emiliano Zapata por parte del gobierno emanado de esa revolución, y con la bendición de EU.
Diana, o la señora Palmer, reencontró en Madrid a Martín Garret, y le preguntó: “Y valió la pena México, para usted?”, contestando Martín: “Claro que valió la pena”. Respondiéndole Dina: “sólo hay que mirarle los ojos para saber que no”. Martín selló la plática al decirle: “Por suerte, la gente se mira cada vez menos a los ojos”.
Este próximo 20 de noviembre conmemoraremos el CXII aniversario de esa revolución social, y ya no ha habido más revoluciones en México.
Sólo a un presidente mexicano vacilador, cuyos ojos destellan odio, mentiras y corrupción, se le ocurrió y prometió hacer una cuarta transformación pacífica y amorosa, superior a las tres revoluciones citadas.
Para ello, ha dividido a los mexicanos, se dobla ante los gobiernos extranjeros poderosos, ha destruido a nuestras instituciones, ha generado millones de pobres, ha hecho millonarios a sus familiares, amigos y cómplices, protege al crimen organizado, son un fracaso sus tres grandes y ocurrentes obras, y es un caos la economía, la educación y la seguridad pública.
A ese aspirante a dictador, decenas de millones de mexicanos lo detestan.
El domingo próximo anterior, como un simple primer paso, hubo marchas multitudinarias y activas, por todo el país, para que nadie toque al INE, al menos hasta que concluya su mandato el presidente López, ya que éste, a la inversa del rey Midas, todo lo que toca lo convierte en inmundicia.
A lo anterior, él dice de manera burlesca: pue que no; mientras decenas de millones de mexicanos responsables y libres le respondemos: pue que sí.