Opinión| ¿Quién pone fin al desmadre de Amlo?… La sociedad mexicana
Cuando el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, fue (cuatro veces) el maña-nero suplente del presidente López afirmó, en tono de denuncia
Por: Marco Antonio Aguilar Cortés
Cuando el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, fue (cuatro veces) el maña-nero suplente del presidente López afirmó, en tono de denuncia: “Es lamentable que por responder a intereses evidentemente políticos se llegue al nivel de una campaña de odio…”
Olvidando, ese maña-nero sustituto, que el actual odio en la política mexicana lo introdujo su amo (el autócrata López) por doquier, desparramándolo a su antojo “el gran tomador de pelo”, como lo nombró, asertivamente, la destacada periodista Beatriz Pagés.
Porque al parecer, Andrés Manuel no tuvo contagio de Covid-19 en semanas recientes.
Lo que aconteció en su gira por Yucatán, (y lo confesó el propio presidente López a través de un video profesionalmente elaborado) es que tuvo “lo que coloquialmente se llama un váguido, como que me quedé dormido… pero sí tuve esa situación de desmayo transitorio…”
Es decir, se “desvaneció”, conforme significación que a esa palabra le otorga la Real Academia de la Lengua Española.
El secretario de Gobernación, el secretario de Salud y el vocero del presidente, aseguraron públicamente: “no es cierto, el presidente nunca se desvaneció”; empero, éste, terminó desmintiendo a sus colaboradores.
En lo que acertaron ese trío de mentirosos es en que el tirano López nunca tuvo derrame cerebral, porque los derrames de Amlo nunca han sido cerebrales.
Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas del Río nunca dividieron ni insultaron con odio a toda la población mexicana, como lo ha hecho Andrés Manuel López, quien maledicente, por naturaleza, corrompe y empobrece todo lo que toca.
Su secretario de Gobernación Adán Augusto, seguramente sin desearlo, describió con cierta exactitud al presidente y a muchos de sus lacayos: “aquellos que hablan con miel en los labios y ponzoña en el corazón”.
El presidente López ha manejado pésimamente el poder. En forma inconstitucional abrió la sucesión presidencial antes de la mitad de su mandato. Él escogió e impulsa a sus tres precandidatos. A ellos les puso el desafortunado mote de “corcholatas”. A dos de ellos les llama “mis hermanitos”; a la otra “mi hermanita”.
Provechoso de todo, ha dejado e impulsado, a ese trío de prospectos, a ilícitos que merecen apertura de carpetas de investigación en la Fiscalía General de la República.
Con esas manipulaciones piensa Amlo que asegura la lealtad fraterna de esos preferidos.
Y bajo presión de circunstancias no previstas, ha aceptado incluir, también, como precandidatos morenistas, al líder del senado y a un diputado salivoso y repudiado por casi todos.
El presidente López ha pasado de corrupto, a ser un gran corruptor de tres ministro de la Honorable Suprema Corte de Justicia de la Nación. Corrompió, también, a la simple mayoría de los diputados y senadores del Congreso de la Unión, a veintidós gobernadores, a algunos personajes de los partidos políticos opositores, a un número considerable de ayuntamientos, a altísimos mandos de las fuerzas armadas, a menos de la mitad de quienes mal reciben dinero regalado para su simple consumo. Todas esas decenas de miles de millones de pesos el presidente López las toma de nuestros impuestos.
¿Quiénes acabarán ese desmadre que en educación, economía, salud pública, política, narcotráfico, religión, diplomacia, seguridad pública, violencia, femicidio, legislación, procuración y administración de la justicia, y en todos los órdenes de nuestra vida, ha creado el presidente López?.
Esa gran tarea le toca a la sociedad mexicana, la que cada vez es más pensante, cada día más activa, cada semana más eficaz, en sólida alianza con muchas otras fuerzas.
El corrupto de palacio, el actual presidente corruptor, defensor y jefe de los cárteles a los que se arrima, ni siquiera se imagina, el enorme tronco que le cae encima.