Por: Samuel Cantón Zetina
Para cada seis años “renovar la esperanza”, en el pasado era indispensable que entre el presidente en funciones, y el sucesor, hubiera ruptura o distanciamiento aparente.
Tenía también el propósito de que el entrante no fuera visto por el pueblo como cómplice o culpable de los agravios del otro.
El maximato de Plutarco Elías Calles dejó como enseñanza a los mexicanos que el caudillo podría seguir disponiendo más allá de su tiempo.
Para acabar con la versión de que el propio Calles continuaba mandando ya con él en Palacio Nacional, Lázaro Cárdenas lo desterró.
Santo remedio…
Entonces surgió en el PRI la necesidad de acabar con la creencia popular del relevo débil, de la duplicidad y dispersión del mando, al tiempo que daría a la gente la oportunidad de volverse a ilusionar con personas diferentes del partido.
Como Napoleón y Maduro, por aquella época el tricolor se coronaba solo.
De allí vino la disposición de que el “en funciones” no hiciera sombra al nuevo y le cediera el espacio completo.
Luis Echeverría fue enviado primero como embajador a la UNESCO y posteriormente a Australia; Gustavo Díaz Ordaz a Madrid con idéntico cargo, mientras Zedillo, Salinas y Calderón radican desde hace muchos años en el extranjero.
Lo anterior viene a cuenta porque entre las tantas cosas y reglas que Andrés Manuel López Obrador ha cambiado, destaca la enorme diferencia que existe entre aquel antiguo ritual de la lejanía simulada, con la relación de franca camaradería que en sus recorridos por el territorio nacional, muestra con la presidenta electa Claudia Sheinbaum.
AMLO no únicamente pasará a la historia por entregar la banda tricolor a la primera mujer presidente, luego de más de 200 años de mandatarios varones, sino por haber logrado “renovar la esperanza” sin fingir diferencias.
Lo que sí habrá a partir de octubre, repite constantemente la ex Jefa de Gobierno, es un estilo distinto (y propio) de gobernar.
Como se vio en la capital…