Morelia, patrimonio de marchas y plantones
Morelia cumplió ayer 482 años, casi medio milenio de altas y bajas; en vísperas de su onomástico, algunos grupos sociales, desde colonos, los infaltables normalistas y muchos otros grupos sociales más, celebraron la fecha a su manera
Por: Rosalinda Cabrera Cruz
Morelia cumplió ayer 482 años, casi medio milenio de altas y bajas; en vísperas de su onomástico, algunos grupos sociales, desde colonos, los infaltables normalistas y muchos otros grupos sociales más, celebraron la fecha a su manera, con manifestaciones, plantones y marchas; y como todos los años, se recordó que la capital michoacana es Patrimonio Cultural de la Humanidad (algo que incluso ahora está en riesgo)
El centro histórico moreliano, con sus vetustos edificios coloniales, cuenta con 271 hectáreas, 219 manzanas y quince plazas con más de diez mil inmuebles, de los que fueron sólo mil 113 los que permitieron que se declarara la zona como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, el 13 de diciembre de 1991, hace ya más de tres décadas.
Hoy, a 32 años de distancia, al menos 200 de esas coloniales edificaciones ya tienen daños y cómo no, si luego de ese periodo de tiempo los habitantes del primer cuadro de la ciudad se han quintuplicado y ahora se sufren problemas que en el momento de la declaratoria ni siquiera se imaginaban, como son marchas y plantones diarios, modificación de estructuras por ambición o abandono y mil minucias más que ponen en riesgo ese nombramiento.
De acuerdo al historiador Ramón Sánchez Reyna, vicepresidente de la Asociación Defensora del Tesoro Artístico de México, uno de los mayores índices de pérdida del patrimonio arquitectónico del Centro Histórico de Morelia pasa no sólo por el abandono, sino por los propios empresarios y la falta de un reglamento que sancione los cambios a los inmuebles y es que desde 1996 no existe una normatividad para preservar dicho patrimonio.
Cabe recordar que durante la administración municipal del panista Salvador López Orduña se derogó el reglamento que habían hecho los fallecidos Teresa Martínez Peñaloza y Manuel González Galván, simple y sencillamente porque “frenaba” el desarrollo de la ciudad.
El entonces alcalde López Orduña les cumplió el capricho, echaron a la basura el reglamento e hicieron uno nuevo que no contaba con mecanismos para sancionar a quienes alterasen las fachadas y los edificios históricos. “Se hacen una los tres niveles de gobierno para dejar pasar toda esta destrucción que vamos viendo; creí que tendría un valor importantísimo incluir en la lista del Patrimonio Mundial un bien cultural como Morelia por lo que debería implicar: conservar la ciudad para legarla de manera más íntegra a las siguientes generaciones”, lamentó en su momento la historiadora y antropóloga Martínez Peñaloza.
Por ello, aunque se tiene una estimación de 200 inmuebles colapsados o en riesgo de derrumbe, sería incalculable el daño que a la fecha ha sufrido el centro histórico de Morelia, en el que al menos 341 son negocios, hay más de una decena de estacionamientos y 94 estarían deshabitados, según cifras del propio ayuntamiento de Morelia.
Cabe recordar que los mil 113 monumentos en un perímetro de 219 manzanas fueron decretados en 1991 Zona de Monumentos por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari; uno de los requisitos para que la ciudad pudiera ser declarada patrimonio por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés).
En dicho decreto de Morelia como Zona Monumental (del 14 de diciembre de 1990) habría sido el propio González Galván el redactor del Artículo 5, en el cual se establece que son los tres niveles de gobierno los que en conjunto tienen la responsabilidad de resguardar el Centro Histórico de la capital michoacana, propuesta respaldada por el entonces cronista de la ciudad, Xavier Tavera Alfaro, Martínez Peñaloza y Esperanza Ramírez Romero, profesora investigadora de la facultad de Historia de la Universidad Michoacana, lo que con todo, años después no se cumpliría.
Conflictos no muy diferentes
El panorama actual, con sus matices tan peculiares, difiere sólo un poco en cuanto a sus protagonistas de hace 32 años. Prosigue en curso el proceso de degradación del centro de Morelia, aunque con diferentes protagonistas. A fines del siglo pasado, el desorden se expresaba en calles, portales y plazas públicas, como la Valladolid, donde reinaba el descuido, la suciedad y los vendedores ambulantes.
Tanto la cerrada de San Agustín como los portales del primer cuadro de la ciudad estaban ocupados por vendedores ambulantes que ofrecían comida, artículos de uso personal, juguetes y adornos prácticamente desechables. La plaza Valladolid, también conocida como San Francisco, era un mercado que hacía difícil transitar debido a que hasta las banquetas estaban ocupadas por los puestos de vendedores ambulantes. La gente podía acudir a la plaza, pero no como ahora, que se encuentran con un espacio abierto, donde se puede caminar y observar lo que hay alrededor.
Hoy el tránsito por los portales Hidalgo y Galeana todavía es difícil, no a causa de vendedores ambulantes, sino porque las mesas de cafés y restaurantes dejan un pasillo menor a un metro de ancho para permitir el paso. Sentados a esas mesas hay turistas, funcionarios, periodistas y personas mayores; bebiendo café, fumando cigarrillos o comiendo platillos típicos.
Quedan, todavía, los boleros a los pies de sus clientes y los puestos de periódicos, que ahora también ofrecen revistas, libros, cómics y dulces. Avanzar es toparse con meseros y ver los locales de hamburguesas estadounidenses, de restaurantes de empresarios locales y de la tienda de línea del hombre más adinerado de México ¿y la declaratoria de patrimonio?, se usa para sacar provecho de este malinterpretado objetivo.
Con problemas muy actuales
Dentro de la problemática actual del centro histórico, lo primero que se muestra al visitante y preocupa al ciudadano residente, son los problemas del tráfico vehicular congestionado, las marchas y plantones y la presencia de innumerables grafitis posteriores a manifestaciones de carácter social de todo tipo.
Estos problemas podrían ser solucionados con una resuelta, enérgica, lógica y honesta intervención de las autoridades, puesto que son de carácter reversible, no así los de alteración de traza urbana o destrucción monumental. Para el problema del tránsito, de lo que deben estar advertidas las autoridades, es de olvidarse de las ya obsoletas aplicaciones de ampliaciones de calles, pasos a desnivel o estacionamientos subterráneos en plazas; esto dentro de centros históricos antiguos.
En cuanto al comercio ambulante, que ahora amenaza con volverse a colocar auspiciado por el gobierno estatal o federal en turno, bien sabemos que se puede resolver con un buen y honesto manejo de lo sociopolítico-económico. Uno de los fenómenos más preocupantes que está sucediendo en el centro histórico moreliano es el que se puede calificar como taxidermia urbana, pues así como en la taxidermia zoológica, el animal tiene apariencia de vivo, cuando en realidad está muerto, lo mismo pasa con muchos monumentos y edificios que, con el llamado “cambio de uso del suelo”, parecen estar allí, pero en realidad ya están muertos para la vida que fueron creados, pues les han sido arrancadas sus entrañas.
Así sucede con tantas y tantas casas en la ciudad, que por razones principalmente comerciales son alteradas tan gravemente que en realidad se les mata, alegando “necesidades de adaptación”.
Un asunto muy discutido en los últimos años en Morelia es el de quitar los aplanados de muchos muros de cantera para dejarla aparente y hacer ver la reciedumbre constructiva de la ciudad, ya que esencialmente a base de cantería fue construida desde su fundación hasta hace aproximadamente el primer tercio del siglo pasado, lo que no es usual ni frecuente en otras importantes ciudades del país, levantadas con materiales que, si no menos dignos, por lo menos no tienen tanto señorío.
La ciudad está en el caso de ser considerada, pese a todo, bien conservada, por lo que su cuerpo normativo debe ser más estricto y no debe pasarse por alto que cada centro histórico declarado debe tener sus especiales normas de aplicación, según su categoría. Se debe impedir la modernización o transformación arbitraria, pero también la sofisticación o mistificación que, a fin de cuentas, puede resultar de más funestas consecuencias para el verdadero mérito histórico y estético de la ciudad.
Es el matiz retrógrado o “fachadismo” el que siempre se echa en cara a todo conservador, pero no debe olvidarse que se trata de preservar la huella del pasado, más no de resucitarlo. Las ordenaciones normativas deben aspirar a que las obras nuevas no desdigan de sus predecesoras y vecinas, sino que antes bien, su modernidad sea tan sólo discreta actualización. Por supuesto que esta clase de modernidad es la más difícil de lograr, pero precisamente para evitar divergencias de criterio, gustos e inclinaciones, debe establecerse jurídicamente el normativo de ley.
El normativo debe ser elaborado basándose en las constantes de materiales, composición y proporción de la ciudad, no en un estilo determinado, pues de no tomarse en cuenta los vitales problemas de urbanística, técnica constructiva, materiales, proporciones y adaptabilidad formal, resultarla impráctico e inoperante.
¿Patrimonio cultural?
“Patrimonio de la humanidad” es un concepto que para muchos no tiene mayor trascendencia; es un título que aparentemente no tiene un sentido mayor que el ubicarlo como destino turístico al salir de vacaciones; vivir en un lugar así es otra cosa, porque implica responsabilidad y respeto, amén de conocer lo que ha sucedido en el sitio y su devenir histórico y cultural.
Tal es el caso de la capital michoacana, ciudad llena de rincones plagados de misterio y que tienen mucho qué contar. El bagaje del que hace gala, difícilmente se puede encontrar en otro lugar y hoy, al cumplir un año más desde su fundación, aunque brevemente, vale la pena recordar.
La ciudad se fundó como población oficial el 18 de mayo de 1541 por orden del virrey Antonio de Mendoza, llamándosele Guayangareo; el nombre de Valladolid se le otorgó tiempo después, en la segunda mitad del siglo XVI, lo mismo que el título de ciudad y un escudo de armas. Se considera que su importancia como población comenzó a desarrollarse a partir de 1580, cuando se trasladaron a ella, de Pátzcuaro, la sede episcopal de Michoacán y las autoridades civiles, que lo hicieron en 1589.
No destruir es ya construir, y preservar es una forma de recrear; en este empeño, Morelia busca su propia aportación, ya que una de las actitudes de conciencia, característicamente moderna, es la del respeto al patrimonio cultural heredado. Tal es la responsabilidad que implica el decreto federal de protección al centro histórico de Morelia, donde se listan o incluyen los no menos de mil 113 edificios mencionados, número indicador de la gran riqueza monumental que aún posee la ciudad.
El centro histórico de Morelia es uno de los más relevantes de México, tanto por la trascendencia histórica que de él ha dimanado al país, como por su monumentalidad. Por ello, desde hace tiempo, se han tomado medidas proteccionistas legales, que a pesar de las fallas en su aplicación, han contribuido a la conservación integral de los monumentos en un porcentaje alto.
Salvo algunas mutilaciones y aperturas de calles, sobre todo en las zonas aledañas a los antiguos conventos, ocurridas en el siglo XIX con motivo de las leyes de Reforma, el centro histórico se ha conservado urbanísticamente muy completo. En realidad, esta área es la que ocupaba la antigua Valladolid de las postrimerías del siglo XVIII, cuya traza se plasmó en el hermoso plano levantado por órdenes del virrey Don Miguel la Grúa Talamanca y Branciforte, en 1794.
Sobre la delimitación de esa primitiva área urbana, que es probablemente la colonial, se han emitido reglamentos y decretos protectores. Por ejemplo, el reglamento para la conservación del aspecto típico y colonial de la ciudad de Morelia que con carácter estatal se promulgó el 18 de agosto de 1956; el decreto presidencial, que federalmente declara al centro histórico de Morelia zona de monumentos históricos, firmado por el presidente de la república, Carlos Salinas de Gortari, el 14 de diciembre de 1990 y publicado en el diario oficial el día 19 del mismo mes.
Finalmente está la declaración oficial de la UNESCO, en cuanto a que es patrimonio cultural mundial, del 12 de diciembre de 1991. Lo anterior hace notar el gran significado cultural que el centro histórico de Morelia tiene. No podemos pasar por alto que al finalizar la época del virreinato, cuando entonces Valladolid era una pequeña ciudad de escasos 20 mil habitantes, tenía cuatro grandes colegios con sus respectivos, amplios y hermosos edificios, a saber: el Colegio Seminario Tridentino; el Colegio de San Nicolás; el que fue Colegio de los Jesuitas y el Colegio de las Rosas destinado a niñas. Asimismo, no sería exagerado decir que en el momento de la independencia era, políticamente, la ciudad más inquieta y pensante de la Nueva España.
Aquí ve la luz primera el generalísimo José María Morelos y Pavón, cuyo apellido transformado en acertada eufonía hereda como nombre la ciudad a partir de un decreto del congreso local en 1828.
Tradición de inconformidades sociales vigente hasta la fecha que, en cierta forma, con frecuencia se manifiesta en el corazón del centro histórico, para su honra y desgracia; la honra es la conciencia permanente de seguir en pie de lucha, pero la desgracia es que, desde hace varias décadas, especialmente inquietudes estudiantiles o aspiraciones de justicia social, se expresan con las llamadas “pintas” o frases escritas indiscriminadamente sobre los monumentos o cualesquier edificio, lo que los perjudica y hace que causas o razones dignas de simpatía se vuelvan molestas o reprobables.