Abril 2023Investigaciones

El COVID ya es endémico, pero dejó secuelas

Desde que se declaró la pandemia, la Organización Mundial de la Salud advirtió sobre las repercusiones que traería consigo el padecimiento y la contingencia sanitaria sobre la salud mental de millones de personas.

Por: Rosalinda Cabrera Cruz

Los especialistas lo advirtieron, pero quienes tomaron las decisiones no hicieron caso. Si bien lo relacionado con la salud física fue prioritario durante la pandemia por COVID-19, lo relativo a la salud mental pudo haber sido atendido, pero se dejó de lado. Las consecuencias de ello hoy saltan a la vista: depresión, abandono escolar, suicidios, inadaptación social, entre otras cosas, ya son cosa cotidiana sobre todo entre los jóvenes.

Desde que se declaró la pandemia, la Organización Mundial de la Salud advirtió sobre las repercusiones que traería consigo el padecimiento y la contingencia sanitaria sobre la salud mental de millones de personas.

El confinamiento durante casi 3 años desbordó los problemas de ansiedad, depresión, violencia intrafamiliar, así como problemas económicos en cientos de miles de familias; tan es así, que entre las principales causas del repunte en los casos de depresión de los michoacanos, se situó a la pandemia como el primer generador de pobreza, desempleo, violencia, incertidumbre y otros aspectos más.

En marzo pasado se cumplieron 3 años desde que la pandemia arribó a la entidad, periodo en el que confinamiento obligatorio, cierre de actividades, despidos, el mismo proceso de la enfermedad e incluso la muerte de miles de personas repercutió en la salud mental de los ciudadanos y, aunque muchos especialistas en padecimientos mentales advirtieron que era urgente su atención, no se implementaron programas para hacerlo.

Las cifras lo decían todo: el registro al alza era de hasta un 5 por ciento de pacientes con cuadro clínico de depresión cada año. A la cifra anterior, se le debe añadir que, por cada paciente atendido, otros 4 no buscaron ayuda por falta de conocimiento, ni hubo preocupación por brindar información para prevenir.

Aunque también se debe reconocer que existía una tendencia a nivel estado de crecimiento al menos desde el inicio de la década pasada, por lo que las estrategias de salud mental implementadas para la actual administración estatal estarían siendo consideradas como prioritarias con la pandemia.

Los problemas mentales derivados del COVID, en cualquier caso, crecieron hasta en 40 por ciento en la entidad; y los efectos de la pandemia sin duda siguen cobrando factura a la salud mental de miles de personas de este estado.

Se estima que hasta hoy, 50 por ciento de la población padece algún tipo de desorden psicológico y en muy pocos casos se atiende. Lo anterior ha derivado en complicaciones a través de la violencia, las adicciones y en el caso más fatal, en los suicidios. Se tienen registrados casos de pacientes recuperados de cuadros graves de COVID-19 que tienden a experimentar episodios prolongados de pánico, depresión, ansiedad y otros efectos negativos en el corto y largo plazo.

Hoy tenemos “la otra pandemia” (los problemas depresivos) y se vive la necesidad de que las autoridades sanitarias locales y federales mejoren los sistemas de reacción y atención médica en todas las regiones del estado; sin embargo, y a pesar de los intentos, la atención sigue centralizada en las grandes ciudades del estado, específicamente en Morelia.

Se fue, pero dejó recuerdos

Las secuelas físicas y mentales por la enfermedad, los procesos de duelo prolongado por la pérdida de seres queridos se hacen una con la pérdida del empleo, estrés y ansiedad en todos los hogares; tan es así que a nivel municipal y estatal se ha detectado y advertido durante las últimas semanas el incremento de los casos de suicidio e intentos de suicidio derivado de condiciones y problemas de salud mental. En Michoacán, durante 2022 se han reportado más de 300 suicidios, siendo Morelia el punto con mayor incidencia.

El director del Hospital Psiquiátrico de la SSM, Carlos Alberto Bravo Pantoja, explicó que con la contingencia sanitaria también subió la búsqueda de atención de trastornos mentales, principalmente depresión, ansiedad y adicciones, que en muchos casos están relacionados.

Una parte es en pacientes que ya estaban dados de alta tras sufrir los estragos de la enfermedad, otros los que soportaron estoicamente el padecimiento, pero terminaron por desarrollar un trastorno mental; y finalmente, pacientes de inicio que, por muchas cuestiones, como duelos, pérdidas, distanciamiento social, dificultades económicas, de violencia o de acceso a atención”, terminaron afectados.

Antes de la pandemia, el promedio de atención anual, tan sólo en el área de psiquiatría, era de 12 mil pacientes; mientras que en psicología, sin contar áreas grupales, era de entre 6 mil y 7 mil personas. Estos datos incluyen a pacientes que sólo acudían a surtir receta médica.

Ahora, en consultas efectivas se calcula un 60 por ciento más en comparación con las entre mil 200 y mil 400 que se tenían por mes en las áreas de psicología, psiquiatría o rehabilitación antes de la pandemia, en incluso en el rango de edad se registra de entre 15 y 25 años quienes reportan problemas de depresión, ansiedad y adicción.

Una aparente normalidad

Con la vuelta paulatina a la normalidad, ha quedado demostrado que los adolescentes han sufrido repercusiones psicológicas tras este gran cambio en sus vidas, comenzando porque hoy día se sabe que el aislamiento social es un precursor de los problemas de salud mental, incluida la ansiedad y la depresión.

Además de ello, la pandemia afectó los patrones de sueño de los adolescentes, así como su estilo de vida, aspectos que, incluso de vuelta a la normalidad, continúan generando malestar.

Los adolescentes han sido una de las poblaciones vulnerables afectadas, porque tuvieron que aprender a cumplir con sus planes de estudio desde casa, en línea, lo cual ya supone un cambio en su estilo de vida, que se suma al miedo ante la amenaza de ellos infectarse, o sus parientes. Esta situación los llevó a padecer de ansiedad.

Se debe advertir que, de no contar con una intervención psicológica adecuada, los adolescentes desarrollarán angustia, depresión, ansiedad y miedo, elevando los factores de riesgo de enfermedades relacionadas con la edad, como las enfermedades cardiovasculares.

Un impacto innegable entre la población  joven, fue que las restricciones de libre circulación también les afectó porque las medidas sanitarias incluyeron el cierre no solo de las escuelas, sino también de los parques y jardines, sumado a los toques de queda, limitando así el tiempo de exposición al aire libre y disminuyendo el ejercicio físico. Todo este entorno fue desfavorable, en lo que concierne a mantener un estilo de vida que sea saludable.

Con la educación presencial, los adolescentes reciben ayuda para desarrollar correctamente sus habilidades emocionales, sociales e intelectuales. Por ello, cuando se implementó la educación a distancia, se elevó el riesgo de un desarrollo poco eficiente en las habilidades mencionadas, debido al contacto cero entre maestros y alumnos.

De hecho, hasta los más pequeños dejaron a un lado las actividades físicas, tan necesarias para mejorar las funciones motoras y lograr que los niños estén en óptimas condiciones físicas, de esta manera, las repercusiones psicológicas a largo plazo tras la pandemia se han demostrado en diferentes niveles, acorde a la edad de los adolescentes o los más pequeños.

Jaque para la humanidad

La pandemia puso en jaque a la humanidad; como la plaga más publicitada de todos los tiempos gracias a los nuevos sistemas de información tecnológicos, diariamente se escucharon los estragos que causó en todo el mundo. Con el paso de los meses y tras el anuncio de la cuarentena obligatoria en diversos países, el confinamiento llevó a un cambio de hábitos que provocaron malestar tanto físico como psicológico.

Según explica la psicóloga Patricia Torres Morales, de la Sociedad Mexicana de Psicología, A.C., de la Ciudad de México. “El hecho de estar en confinamiento es un cambio importante para los individuos”.

Por citar tan solo un ejemplo, la especialista explicó que la generación que hoy transita la tercera edad suele tener una actitud “espartana” para resistirse a ciertos cambios, pero que también puede desarrollar conductas de aislamiento que se amplifican demasiado por el confinamiento obligatorio, lo que puede llegar a ser peligroso. “Por suerte hoy contamos con tecnologías que permiten una mayor conexión social que se encuentran al alcance de la mano y posibilitan un acercamiento a esa persona en todo momento”, explicó Torres.

En este contexto, la profesional de la psicología puntualizó que el hecho del confinamiento fue similar a vivir un duelo, ya que aunque sea algo transitorio, las personas atravesaron un proceso similar: “En la primera etapa se enojaron y hasta pudieron tener ira. En la segunda pasaron por un poco de depresión y finalmente superaron cuando valoraron más lo que tiene a su alrededor de lo que el encierro le privó”.

Feo pero necesario

El aislamiento social fue una preocupación común, y válida, a medida que la sociedad se encaminó a meses de acceso limitado a la rutina normal e interacción en persona con otros. “Todo fue tan nuevo que obligó a reflexionar para conservar no solo la salud biológica, sino la salud mental, que en rigor es toda una. El distanciamiento social llevó a ser solidarios, porque el que se cuida, cuida a los demás. Es decir, no tener una vida social como la habitual supone hacer un bien a uno y un bien a los demás. En este contexto no dar un beso, no dar un abrazo o no tener una charla presencial fue una prueba de amor y cuidado”, aseveró la psicóloga Torres Morales.

 Sin embargo, para ella también es cierto que pasados muchos meses, hubo personas que se estresaron, y que les faltó relacionarse socialmente. “Estaban acostumbradas a resolver en acciones y no en reflexiones. Esta coyuntura obligó a extender el quantum de reflexiones y a achicar el de acciones, por lo menos fuera de casa”, continuó.

La paradoja fue que, si bien se requirió un distanciamiento social para contener la propagación del coronavirus, el aislamiento social contribuyó a la mala salud a largo plazo. Desde su punto de vista, a las personas la interacción social les nutre, las rutinas les organizan y tienen a la libertad en alta estima. “Los seres humanos somos cultura, interacción e intercambio. La limitación de estas actividades sociales nos produce malestar que según cada persona se va a manifestar de diferentes formas. Para algunos como irritación, aburrimiento y ansiedad, y para otros como falta de aire, sensación de encierro y molestias corporales, que incluso en ocasiones va a interpretar como la propia enfermedad de la que se está aislando”, indicó la consultada.

Pero incluso la soledad, en muchos casos, activó la función de lucha o huida, causando inflamación crónica y reduciendo la capacidad del cuerpo para defenderse de los virus. Al respecto, la Administración de Recursos y Servicios de Salud de los Estados Unidos advirtió que la soledad puede ser tan perjudicial para la salud como fumar 15 cigarrillos al día. Los sentimientos de aislamiento y soledad pueden aumentar la probabilidad de depresión, presión arterial alta y muerte por enfermedad cardiaca. También pueden afectar la capacidad del sistema inmune para combatir infecciones, un hecho que fue especialmente relevante durante la pandemia.

“El aislamiento social, y más particularmente en los grupos de riesgo por edad tiene graves consecuencias en relación con la salud psíquica. En personas mayores, tiende a generar no solamente depresión, sino además una retracción libidinal psíquica, es decir un distanciamiento o desconexión de los objetos y las personas que puede elevar el nivel de daño de las enfermedades neurológicas o acelerarlas”, explicó a su vez el psicoanalista Rodolfo Sánchez Tello, del Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación (IMCED).

Los estudios también han demostrado que la soledad puede activar nuestra función de lucha o huida, causando inflamación crónica y reduciendo la capacidad del cuerpo para defenderse de los virus. Aunque el aislamiento fue la respuesta correcta a la pandemia, se necesitaba exactamente lo contrario en respuesta a la epidemia de soledad. Entonces, ¿cómo cultivar el bienestar social mientras evitamos la infección?

“El temor estuvo presente en muchos, porque esa fue la razón por la cual nos limitamos. Esta humanidad que somos en el siglo XXI ya no está solo a merced de la naturaleza como nos recuerda la epidemia, sino que es constructora del mundo que la rodea. Tener un propósito en estas limitaciones nos da sentido y si bien no disuelve el malestar, hace que podamos sobrellevarlo mejor. Cuando recordamos por qué estamos limitándonos, nuestra angustia puede cobrar un sentido superador”, agregó Sánchez Tello.

En este contexto se presentó una oportunidad para reconocer la importancia de las relaciones para la salud y practicar el aprovechamiento de la tecnología para el bienestar social. “La rigidez de este tipo de medidas tiene un enorme riesgo para los adultos, los niños y los ancianos, y dependiendo de cada grupo etario, esto tiene una incidencia diversa. Los adultos tenemos que ocuparnos de mantener un nivel de actividad que nos permita sostener una rutina. Para el bienestar de los niños, es fundamental que puedan comprender que no están de vacaciones. Y para los ancianos, sostener el contacto para que haya algo de un sostenimiento de una actividad que no los lance al abandono de sí mismos como estado psíquico que la reclusión espontáneamente provoca y al desasimiento de los objetos y los lazos, es vital”, subrayó Torres Morales.

Para la psicóloga, si bien el distanciamiento social “desafió la capacidad que tenemos las personas de estar con nosotros mismos”, estar con uno mismo “tampoco es un veredicto absoluto” porque al fin y al cabo nuestra conexión a través de la tecnología por todas las vías es muy frecuente.

“A lo mejor para algunos fue un hallazgo encontrarse consigo mismos, pensando y reflexionando sobre sus prioridades, deseos y proyectos. Sin embargo, es muy raro que las personas estén solas en tanto tengan vínculos significativos en distintas áreas de interés. Estos no se evaporan porque no se les ‘eche agua’ como a las plantas todo el tiempo”, concluyó.

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